jueves, 24 de marzo de 2016

El roble del Orcón, por Luis Piedra

Espíritu antiguo y solitario, símbolo de tradiciones ancestrales que naciste,
como todos los de tu especie, en el humilde seno de una pequeña bellota
hace más de cuatro siglos. Fuiste un elegido y te elevaste poco a poco
alimentado por cada luna llena, por cada nevada, por cada primavera
lluviosa, por cada eclipse y cada arco iris  hasta alcanzar tu talla admirable.


 Señalado como árbol singular, dicen de ti que mides cuatro
metros y medio de cuerda, que tu altura sobrepasa los treinta y que el
diámetro de tu copa alcanza los 25 metros. 

Cuando despuntaban tus primeras hojas la corte estaba en
Valladolid y reinaba Felipe III, la Inquisición perseguía a las brujas de
Zugarramurdi y eran los tiempos en los que Quijote luchaba contra los molinos.
Los días de Quevedo, de Lope y Góngora y de cuando los pastores descubrieron a la Virgen de la Aparecida .

Nunca has sido amigo de ostentaciones, ni de moverte mucho de tu sitio, te gusta escuchar en silencio y observar desde tu  atalaya frondosa el trasiego de Ampuero  y sus vecinos. ¡Cuánto has contemplado de ellos! Sus dichas y penurias, su juventud, sus vanidades, sus amores, su violencia, su muerte y su olvido.

Has sido testigo de cómo se espigaba la plaza y las calles aledañas, de cómo surgían edificios y las carreteras se llenaban de automóviles. Presenciaste en su día disparos carlistas, alguna que otra bomba y algún crimen sonrojante. Has asistido a muchos
entierros y todos saben que también estarás presente en el suyo.

 Cuentan que un año los hombres colgaron de tus ramas luces de navidad o
fueron luces que lanzaron desde la casa de los Rivas,  que asististe a corridas de toros, a mercados y verbenas.

 Sentiste tristeza al ver morir la vieja encina de la iglesia y eres consciente
que incluso tú mismo tienes marcada la hora, ya advertiste el primer
síntoma de debilidad hace un par de años, cuando aquel iracundo
vendaval mutiló tu majestuosa silueta.

 Pero te sobrepusiste y no bajaste la mirada porque sabes que a tus pies aún
desfilarán muchas generaciones de enanos que te entretendrán con sus
ocurrencias.

 ¡Ahí estás, ahí estás, viendo pasar el tiempo… el Roble del Orcón!


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