domingo, 27 de enero de 2013

La Tragedia del Niño Melchor Torío, en 1936




(Relato extraído del reportaje publicado en el semanario "La Linterna", el 11 de febrero de 1936.
"La Linterna" era una publicación sensacionalista de ámbito nacional semejante a "El Caso". Costaba 20 céntimos y el periodista que acudió a Ampuero para realizar el reportaje se llamaba Miguel Lucena. Las fotos eran de Almazán y Leoncio.)

 
Ampuero en 1936







Extraña desaparición de un niño en la Montaña
 
 
               ¡SE HA PERDIDO MELCHORÍN!

 

       En la carretera de Santander a Bilbao, a dos kilómetros de Limpias, está Ampuero. Un pueblo rico, cuidado, trabajador. Casonas solariegas, “villas” modernas. La mayoría de sus vecinos hicieron su fortuna en tierras de América y volvieron a su patria chica a descansar después de una forzada etapa de trabajos y sinsabores. Una de las calles principales de Ampuero es la de Melchor Torío, alcalde que fue del pueblo santanderino hace ya unos años.       Ni la piqueta de los tiempos, ni los cambios políticos pudieron demoler lo que el cariño, el respeto y la admiración impulsaron. Fue un alcalde ejemplar, que todos recuerdan con verdadera devoción. Calcúlese cuál sería la emoción del vecindario al conocerse, con la rapidez que cundió la triste noticia, la misteriosa desaparición de un nieto de aquel varón ilustre.

 

-        ¿Sabéis lo que se dice?

-        ¿Pasa algo malo?

-        Lo más terrible: que Melchorín ha desaparecido del pueblo.

-        ¿Quién? ¿El hijo de Valentín? ¿El nieto de don Melchor?

-        El mismo.

 Melchor Torío, el niño de siete años que desapareció en Ampuero.




-        ¿Pero cómo ha sido?

-        Ahí está el misterio. Nadie sabe lo que ha pasado. ¡Cosa más rara! Hacía unos momentos que le habían visto jugar frente de su casa.

-        ¿Se habrá caído al río? Las aguas del Vallino vienen muy crecidas.

-        No sé, no se. Voy corriendo a casa de Valentín a ver si sabe algo.

       Así por todas partes. En pocos minutos, el hogar de don Valentín Torío y doña Eugenia López se llenó de amigos. Todos rivalizaban para ser los primeros en ir a buscar al desaparecido. El padre agradeció y aceptó el desinteresado ofrecimiento y él mismo se puso a la cabeza de los buscadores. Estaba como loco, desesperado. Desde los primeros instantes un trágico pesimismo se apoderó de él.

 

            LA ÚLTIMA VEZ QUE SE VIO AL NIÑO

 

       Como de costumbre, el niño fue con otros amigos al rosario de Santa María. Alrededor de las siete de la tarde salió de la iglesia. Llovía aquel lunes. Melchor, un chiquitín de siete años, iba vestido con pantalón gris y un jersey de lana del mismo color, cubierto todo él con un impermeable de los llamados “cueros”.

El hijo de don Valentín era listo, avispado y conocedor de los rincones peligrosos del pueblo. Esto hacía temer aún más la idea de un rapto o secuestro, ya que el chiquillo sabía los lugares por donde las aguas podían acarrear una desgracia.

-        ¿Vamos a jugar al “pilla”?

       Y así se acordó entre el grupo de amigos.

Alegremente, corrían de un lado para otro los pequeños, escondiéndose para no ser encontrados por el que se “quedaba”.

-        ¿Por qué no os vais a casa? – les dijo un vecino a pasar –. La noche está fría, llueve, y el río os puede dar un susto.

Rieron los chiquillos ante la medida previsora del cauto transeúnte, y continuaron contentos su juego.

En una de las vueltas, los amigos de Melchor lo echaron de menos.

¡Melchor! ¡Melchorín!- gritaron-. Que ya nos vamos, que es la hora de cenar.

No respondió nadie.

-        Una imagen de Ampuero de aquel entonces




¡Melchorín! – insistieron sus amigos.

-        Déjalo ya- dijo otro-. Se habrá ido sin que le hayamos visto-

Y el juego se dio por terminado-

       Bajo el puente pequeño, las aguas del río Vallino bajaban con fuerza y a una altura desproporcionada. La crecida era tal que había llegado hasta cubrir la rampa que da acceso a la calle.

Uno de sus amigos, que vive precisamente en el piso superior de la casa del niño desaparecido, fue el primero que dio la noticia.

-        ¿ No ha venido Melchor?- le dijo a la madre de éste.

-        Pero, ¿no estaba con vosotros?

-        Sí, pero le perdimos cuando jugábamos en la calle.

-        ¿Qué dices,  niño?- respondió doña Eugenia, asustada-. ¿Dónde estabais?

-        Al lado del puente pequeño. Yo creía que ya estaría aquí-


La rampla que baja del Puente Pequeño al río ( hoy situada junto al merendero "Las Peñas"), se piensa que allí jugaba Melchorín cuando desapareció.


Un extraño presentimiento, un doloroso augurio cruzó en el acto por la imaginación de la madre.

-        ¡Qué horror!- pensó para sí-. ¿Le habrá sucedido algo malo a mi hijo?

       Y en presencia de don Valentín Torío, el padre, el amiguito de Melchor volvió a referir lo poco que él sabía, añadiendo ahora un dato más, de verdadera importancia.

- Yo no sé más que me parece que una de la veces oí como un ruido por la rampa. Desde entonces no le volví a ver. Lo que menos puedo figurarme es que se haya caído al agua. No sé más.

       Era suficiente, sobrado, por desgracia, la mala noticia, para que el padre dispusiera en el acto un intenso reconocimiento por el río. Dificultaban la busca la enorme corriente y la formidable crecida del Vallino. La noche, además, era otro obstáculo para los que se lanzaron a la abnegada e ímproba tarea…

 

-        Yo doy lo que sea: seis mil, veinte mil, todo lo que tenga, por mi hijo; aunque me quede sin nada, aunque tenga que pedir limosna.

 

       Así hablaba la desventurada madre, la dama virtuosa, para quien no había consuelo ni razonamientos. A medida que el tiempo transcurría, después de todas las pesquisas, de los más escrupulosos sondeos, de buscar infructuosamente por la ría de Limpias, por las márgenes del Asón, por las marismas de Treto y entre las montañas y los caseríos, doña Eugenia López desfallecía por instantes. Solamente la infatigable labor de los vecinos, la ímproba tarea de su marido, le daba alguna vez alientos para vivir.

-        ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! – exclamaba a cada instante-. Buscármelo. Traérmelo, vivo o muerto; pero traérmelo, que yo lo vea, que acabe de una vez esta espantosa incertidumbre.

 El guardaagujas que participó en la busqueda del niño.

                       



                             EL PERRO DE RAMALES



       A todo se recurrió.

- En Ramales hay un perro policía, al que no se le resiste ningún rastro. Gracias a él se encontró a un hombre que se había perdido…

       Y de este perro, propiedad de don Mateo Peral, se echó también mano. Lo llevaron a Ampuero. Le dieron a oler ropa del niño, y el animal, después de unas cuantas vueltas, corrió veloz a zambullirse en el agua del Vallino, precisamente por la rampa del puente pequeño.

       Hubo un rayo de esperanza. Un poco de luz en la tenebrosidad del suceso. El perro nadó unos cuantos metros, volvió a la rampa, se tiró otra vez y salió a la superficie… Don Valentín Torío, que presenciaba la escena, confirmaba por momentos su primera impresión pesimista. A su hijo le había arrastrado la corriente del río.

 
                                LA BUSCA INÚTIL

 

       No quedó un rincón sin reconocer. El padre del niño desplegó cuanto humanamente podía hacerse para hallarlo. Puso en conmoción a la Guardia Civil, a los carabineros. De Marrón, de Colindres, de Santoña, de Limpias, de todos los alrededores, buscaron en embarcaciones por el río. Se colocaron redes en los lugares estratégicos… Nada, todo inútil. Ya no quedaba nada sin registrar. Cada vez era mayor el misterio y más tristes los presentimientos. Después de tanta búsqueda sin resultado, se acentuaba la impresión de que el niño hubiera sido víctima de un secuestro. ¡Era imposible que estuviera ahogado en la corriente del río!

 

APARECE EL CADÁVER EN UN LUGAR YA EXPLORADO

 

 A los cinco días de su desaparición encontraron el cadaver del niño en la orilla del río Asón.

En Marrón, cerca de la caseta del guardaagujas del tren, junto a unos chopos.

       La mañana del viernes, hacia las ocho, recorrieron la parte del Asón que hay cerca de una casilla del guardagujas del ferrocarril. El agua había cedido en impetuosidad, estaba más transparente y era más fácil la búsqueda.

-        ¿Viste algo por aquí, Manuel? – preguntaron al ferroviario.

-        Tampoco hoy; lo mismo que ayer. Ya se lo dije a ustedes anoche.

-        Desesperación. Los mismos sitios se habían registrado una y otra vez; pero se insistía en la creencia de que el agua pondría a flote el cuerpo del niño. Se marcharon de allí, ante la inutilidad de la búsqueda.

       Ya, a las nueve, el vecino de Marrón José Villa, se dirigió a la Isleta, a cavar en las proximidades unas patatas. Este muchacho fue quien descubrió el cadáver. En el mismo lugar donde le habían buscado hacía una hora. El desgraciado Melchorín, vestido tal como se perdió la noche del lunes, flotaba en las aguas. Un brazo en alto, junto a unas ramas; en el dedo anular de la mano izquierda, la sortija de sello que siempre llevaba; en la carterita de piel, cuidadosamente doblada, la letrilla de unas ingenuas coplas de ciego que había comprado por la tarde…
El padre, los familiares y algunos amigos, de vuelta del entierro.
      




       Ni una herida en su cuerpo. Apenas unas erosiones en la cara. Al instante se conoció en Ampuero el horroroso hallazgo. Pocos se explicaban el hecho extraordinario del descubrimiento en forma tan extraña. ¿Cómo pudo aparecer el cadáver en tal sitio sin que fuera visto poco antes?

       El cuerpecito del ahogado fue trasladado a la casa de la calle Melchor Torío. Dos horas después se le llevaron al cementerio, en espera de los trámites judiciales. El pueblo entero se asoció al dolor de los desventurados padres, que era el mismo dolor, la misma honda pena que la de todos los habitantes del pueblo.



José Villa, el mozo que descubrió al niño en el río, cuenta al enviado especial cómo lo encontró.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Gracias Santi por compartir esta historia de nuestro pueblo. Saludos. Salva.

    ResponderEliminar