(Relato extraído del reportaje publicado en el semanario "La Linterna", el 11 de febrero de 1936.
"La Linterna" era una publicación sensacionalista de ámbito nacional semejante a "El Caso". Costaba 20 céntimos y el periodista que acudió a Ampuero para realizar el reportaje se llamaba Miguel Lucena. Las fotos eran de Almazán y Leoncio.)
¡SE HA PERDIDO MELCHORÍN!
En la carretera de Santander a Bilbao, a
dos kilómetros de Limpias, está Ampuero. Un pueblo rico, cuidado, trabajador.
Casonas solariegas, “villas” modernas. La mayoría de sus vecinos hicieron su fortuna
en tierras de América y volvieron a su patria chica a descansar después de una
forzada etapa de trabajos y sinsabores. Una de las calles principales de
Ampuero es la de Melchor Torío, alcalde que fue del pueblo santanderino hace ya
unos años. Ni la piqueta de los
tiempos, ni los cambios políticos pudieron demoler lo que el cariño, el respeto
y la admiración impulsaron. Fue un alcalde ejemplar, que todos recuerdan con
verdadera devoción. Calcúlese cuál sería la emoción del vecindario al
conocerse, con la rapidez que cundió la triste noticia, la misteriosa
desaparición de un nieto de aquel varón ilustre.
-
¿Sabéis lo que se
dice?
-
¿Pasa algo malo?
-
Lo más terrible:
que Melchorín ha desaparecido del pueblo.
-
¿Quién? ¿El hijo
de Valentín? ¿El nieto de don Melchor?
-
El mismo.
-
Ahí está el
misterio. Nadie sabe lo que ha pasado. ¡Cosa más rara! Hacía unos momentos que
le habían visto jugar frente de su casa.
-
¿Se habrá caído
al río? Las aguas del Vallino vienen muy crecidas.
-
No sé, no se. Voy
corriendo a casa de Valentín a ver si sabe algo.
Así
por todas partes. En pocos minutos, el hogar de don Valentín Torío y doña Eugenia
López se llenó de amigos. Todos rivalizaban para ser los primeros en ir a
buscar al desaparecido. El padre agradeció y aceptó el desinteresado
ofrecimiento y él mismo se puso a la cabeza de los buscadores. Estaba como
loco, desesperado. Desde los primeros instantes un trágico pesimismo se apoderó
de él.
LA ÚLTIMA VEZ QUE SE VIO AL NIÑO
Como
de costumbre, el niño fue con otros amigos al rosario de Santa María. Alrededor
de las siete de la tarde salió de la iglesia. Llovía aquel lunes. Melchor, un
chiquitín de siete años, iba vestido con pantalón gris y un jersey de lana del
mismo color, cubierto todo él con un impermeable de los llamados “cueros”.
El
hijo de don Valentín era listo, avispado y conocedor de los rincones peligrosos
del pueblo. Esto hacía temer aún más la idea de un rapto o secuestro, ya que el
chiquillo sabía los lugares por donde las aguas podían acarrear una desgracia.
-
¿Vamos a jugar al
“pilla”?
Y así se acordó entre el
grupo de amigos.
Alegremente, corrían de un
lado para otro los pequeños, escondiéndose para no ser encontrados por el que
se “quedaba”.
-
¿Por qué no os
vais a casa? – les dijo un vecino a pasar –. La noche está fría, llueve, y el
río os puede dar un susto.
Rieron
los chiquillos ante la medida previsora del cauto transeúnte, y continuaron
contentos su juego.
En
una de las vueltas, los amigos de Melchor lo echaron de menos.
¡Melchor!
¡Melchorín!- gritaron-. Que ya nos vamos, que es la hora de cenar.
No
respondió nadie.
-
Déjalo ya- dijo
otro-. Se habrá ido sin que le hayamos visto-
Y
el juego se dio por terminado-
Bajo
el puente pequeño, las aguas del río Vallino bajaban con fuerza y a una altura
desproporcionada. La crecida era tal que había llegado hasta cubrir la rampa
que da acceso a la calle.
Uno
de sus amigos, que vive precisamente en el piso superior de la casa del niño
desaparecido, fue el primero que dio la noticia.
-
¿ No ha venido
Melchor?- le dijo a la madre de éste.
-
Pero, ¿no estaba
con vosotros?
-
Sí, pero le
perdimos cuando jugábamos en la calle.
-
¿Qué dices, niño?- respondió doña Eugenia, asustada-.
¿Dónde estabais?
-
Al lado del
puente pequeño. Yo creía que ya estaría aquí-
La rampla que baja del Puente Pequeño al río ( hoy situada junto al merendero "Las Peñas"), se piensa que allí jugaba Melchorín cuando desapareció.
Un extraño presentimiento, un doloroso augurio cruzó en el acto por la imaginación de la madre.
-
¡Qué horror!-
pensó para sí-. ¿Le habrá sucedido algo malo a mi hijo?
Y
en presencia de don Valentín Torío, el padre, el amiguito de Melchor volvió a
referir lo poco que él sabía, añadiendo ahora un dato más, de verdadera
importancia.
-
Yo no sé más que me parece que una de la veces oí como un ruido por la rampa.
Desde entonces no le volví a ver. Lo que menos puedo figurarme es que se haya
caído al agua. No sé más.
Era
suficiente, sobrado, por desgracia, la mala noticia, para que el padre
dispusiera en el acto un intenso reconocimiento por el río. Dificultaban la
busca la enorme corriente y la formidable crecida del Vallino. La noche,
además, era otro obstáculo para los que se lanzaron a la abnegada e ímproba
tarea…
-
Yo doy lo que
sea: seis mil, veinte mil, todo lo que tenga, por mi hijo; aunque me quede sin
nada, aunque tenga que pedir limosna.
Así hablaba la desventurada
madre, la dama virtuosa, para quien no había consuelo ni razonamientos. A
medida que el tiempo transcurría, después de todas las pesquisas, de los más
escrupulosos sondeos, de buscar infructuosamente por la ría de Limpias, por las
márgenes del Asón, por las marismas de Treto y entre las montañas y los
caseríos, doña Eugenia López desfallecía por instantes. Solamente la infatigable
labor de los vecinos, la ímproba tarea de su marido, le daba alguna vez
alientos para vivir.
-
¡Mi hijo! ¡Mi
hijo! – exclamaba a cada instante-. Buscármelo. Traérmelo, vivo o muerto; pero
traérmelo, que yo lo vea, que acabe de una vez esta espantosa incertidumbre.
EL PERRO DE RAMALES
A todo se recurrió.
- En Ramales hay un perro
policía, al que no se le resiste ningún rastro. Gracias a él se encontró a un
hombre que se había perdido…
Y de este perro, propiedad de
don Mateo Peral, se echó también mano. Lo llevaron a Ampuero. Le dieron a oler
ropa del niño, y el animal, después de unas cuantas vueltas, corrió veloz a
zambullirse en el agua del Vallino, precisamente por la rampa del puente
pequeño.
Hubo un rayo de esperanza. Un
poco de luz en la tenebrosidad del suceso. El perro nadó unos cuantos metros,
volvió a la rampa, se tiró otra vez y salió a la superficie… Don Valentín
Torío, que presenciaba la escena, confirmaba por momentos su primera impresión
pesimista. A su hijo le había arrastrado la corriente del río.
No quedó un rincón sin
reconocer. El padre del niño desplegó cuanto humanamente podía hacerse para
hallarlo. Puso en conmoción a la Guardia Civil, a los carabineros. De Marrón,
de Colindres, de Santoña, de Limpias, de todos los alrededores, buscaron en embarcaciones
por el río. Se colocaron redes en los lugares estratégicos… Nada, todo inútil.
Ya no quedaba nada sin registrar. Cada vez era mayor el misterio y más tristes
los presentimientos. Después de tanta búsqueda sin resultado, se acentuaba la
impresión de que el niño hubiera sido víctima de un secuestro. ¡Era imposible
que estuviera ahogado en la corriente del río!
APARECE EL CADÁVER EN UN
LUGAR YA EXPLORADO
A los cinco días de su desaparición encontraron el cadaver del niño en la orilla del río Asón.
En Marrón, cerca de la caseta del guardaagujas del tren, junto a unos chopos.
La mañana del viernes, hacia las ocho, recorrieron la parte del Asón que hay cerca de una casilla del guardagujas del ferrocarril. El agua había cedido en impetuosidad, estaba más transparente y era más fácil la búsqueda.
En Marrón, cerca de la caseta del guardaagujas del tren, junto a unos chopos.
La mañana del viernes, hacia las ocho, recorrieron la parte del Asón que hay cerca de una casilla del guardagujas del ferrocarril. El agua había cedido en impetuosidad, estaba más transparente y era más fácil la búsqueda.
-
¿Viste algo por
aquí, Manuel? – preguntaron al ferroviario.
-
Tampoco hoy; lo
mismo que ayer. Ya se lo dije a ustedes anoche.
-
Desesperación.
Los mismos sitios se habían registrado una y otra vez; pero se insistía en la
creencia de que el agua pondría a flote el cuerpo del niño. Se marcharon de
allí, ante la inutilidad de la búsqueda.
Ya,
a las nueve, el vecino de Marrón José Villa, se dirigió a la Isleta, a cavar en
las proximidades unas patatas. Este muchacho fue quien descubrió el cadáver. En
el mismo lugar donde le habían buscado hacía una hora. El desgraciado
Melchorín, vestido tal como se perdió la noche del lunes, flotaba en las aguas.
Un brazo en alto, junto a unas ramas; en el dedo anular de la mano izquierda,
la sortija de sello que siempre llevaba; en la carterita de piel,
cuidadosamente doblada, la letrilla de unas ingenuas coplas de ciego que había
comprado por la tarde…
El padre, los familiares y algunos amigos, de vuelta del entierro.Ni una herida en su cuerpo. Apenas unas erosiones en la cara. Al instante se conoció en Ampuero el horroroso hallazgo. Pocos se explicaban el hecho extraordinario del descubrimiento en forma tan extraña. ¿Cómo pudo aparecer el cadáver en tal sitio sin que fuera visto poco antes?
El
cuerpecito del ahogado fue trasladado a la casa de la calle Melchor Torío. Dos
horas después se le llevaron al cementerio, en espera de los trámites
judiciales. El pueblo entero se asoció al dolor de los desventurados padres,
que era el mismo dolor, la misma honda pena que la de todos los habitantes del
pueblo.
Gracias Santi por compartir esta historia de nuestro pueblo. Saludos. Salva.
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