martes, 18 de junio de 2013

La leyenda del castillo de la Bárcena


La Leyenda del Castillo de la Bárcena

Por la escritora montañesa Concha de Pascual

México, D.F., 24 de Noviembre de 1949

     Los sucesos fantásticos, quiméricos, de leyenda, se graban en la imaginación adolescente con caracteres imborrables…

     El Castillo de la Bárcena, está enclavado en el barrio del mismo nombre, perteneciente al Ayuntamiento de Ampuero, bello pueblecito montañés, pintoresco, atrayente, acogedor. El rio Asón lo atraviesa en su totalidad, fertilizando sus riberas, donde se extienden ubérrimas campiñas, sembradas en su mayoría de enhiesto maíz, una de las riquezas de la comarca, amén de extensos prados cuya yerba, recogida durante el estío, sirve de pasto al ganado vacuno otra de las mayores fuentes de prosperidad en la Montaña.

     En nuestras correrías infantiles, habíamos llegado con frecuencia hasta el castillo famoso y misterioso de la Bárcena. A fuerza de verlo no le dábamos importancia, pero alguien nos dijo que sus muros encerraban una trágica leyenda. Decidimos verlo por dentro, siempre habíamos pasado de largo pues nuestra atracción principal por aquellos lugares eran las moras, aquel fruto pródigo en los matorrales, apetitoso negro y dulce como a miel. A veces nuestros brazos y piernas salían malparados con fuertes arañazos compensados con el orgullo de mostrar nuestra cestita rebosante de aquel fruto silvestre. Aquel día nuestro objeto era enterarnos de la verdad. ¿Qué sucedía en aquel castillo…? ¿qué misteriosa leyenda encerraban aquellas piedras desgastadas lamentablemente por el uso y la acción demoledora del tiempo…?
 
      Como si lo viera por primera vez quedé absorta, ante la mole de piedra que rodeaba el castillo. Dos imponentes guerreros de talla mayor que lo natural custodiaban la entrada del gran arco románico, que daba acceso al patio; en sus manos derechas sostenían porras y sus rostros fieros, parecían detener al que intentase trasponer el umbral sin su aquiescencia.

     Un poco intimidadas por la presencia de estos personajes esculpidos en la piedra, penetramos al gran patio. Un bello escudo, se alzaba majestuoso sobre la artística mampara; aquellos leones, cadenas y demás símbolos históricos, hablaban de grandezas pasadas, luchas heroicas, batallas memorables y resaltaba blanquecino en el frontispicio gris rojizo de la casona medieval aquel gran patio de grandes y geométricas proporciones donde se admiran unos bancos de piedra derruidos con cabezas de guerreros, dragones, grifos, serpientes aladas y otros animales mitológicos, penetramos al zaguán, sombrío y rectangular; el pavimento lo formaban grandes y cuadradas losas, el techo estaba sostenido por largas vigas; la gran puerta, desvencijada, hacía tiempo no funcionaba, se plegaba ruinosa, maltrecha a ambos lados de la pared pero aún podía apreciarse su artística talla y sus hermosos clavos dorados hábilmente  diseminados. A la izquierda había una escalera ancha y oscura, a continuación del muro otra puerta daba entrada a la enorme cocina con su gran campana sobre el hogar, acurrucadita en una silla, una vieja hacía calceta. Continuamos explorando y penetramos en un ruinoso recinto que debió ser jardín en otros tiempos mejores; por allí se penetraba a una capilla diminuta, sin duda alguna de uso completamente familiar; unas ventanas ojivales adornaban el frente, por cuyas vidrieras, policromadas entraba la luz. Un poco atemorizadas, observamos aquel lugar misterioso lúgubre y derruído; el suelo desprovisto de entarimado, la tierra lo cubría con sus polvorientos montículos, la soledad más espantosa reinaba en aquella mohosa capilla.

     De pronto, un grito nos llenó de pavor… con ojos desorbitados, contemplábamos una hornacina situada a la izquierda donde estaban colocadas dos calaveras, cuyas cuencas vacías, parecían apostrofarnos de la profanación que eran víctimas. La vieja despertó de su letargo y vino presurosa a echarnos con frases indignadas… “niñas malcriadas”… la oímos rezongar con su boca desdentada, mientras atropelladamente nos alejábamos de aquel castillo tenebroso.

     Pasaron muchos años… acompañábamos a unos parientes que habían venido a visitarnos y conocer nuestro pueblo. Se trataba de un eximio literato cuyos artículos profundos y bien logrados causaban admiración en todos los periódicos de actualidad. Yo le admiraba, y sus frases elogiando la campiña y la belleza de Ampuero, me llenaban de placer inusitado. Quiso contemplar el Castillo y le encantó sobremanera. Admiró la magnífica muralla que le rodea con sus rasgadas aspilleras, contemplo la talla de aquellos imponentes guerreros de rostro fiero y ademán salvaje… Tradujo la significación del escudo… Extasiada le oía sin perder una sílaba.

     Salió la vieja, aquella mujerona que nos asustó años atrás. Ahora, a la vista de aquel señorón se mostró amable y locuaz y al ser interrogada, rezongó con voz cavernosa y cascada. “Como me lo contaron lo cuento…” ¡Al fin me iba a enterar del misterio que se cernía entre aquellas milenarias piedras…! Dicen que este castillo lo mandó construir un señorón muy principal y que solo lo utilizaba en el tiempo que abundaba la caza pues aseguran que había mucha. Acudían muchos personajes y se daban grandes batidas por los montes, reuniéndose al final en animados banquetes y fiestas para celebrar la victoria.

     Cierto año, llegaron el caballero y la dama a preparar con antelación los festejos de la temporada. La castellana era bella y virtuosa, por el contrario, su esposo tenía un carácter belicoso y altanero, no obstante vivían felices, gracias a la discreción, prudencia y bellas cualidades que adornaban a la angelical señora. Casi siempre les acompañaba numerosa servidumbre y un joven capellán que oficiaba diariamente en la capilla del Castillo.

     Un día, que el señor había salido acompañado de sus fieles servidores a inspeccionar los alrededores y cerciorarse si podía comenzar la temporada de caza se acercó un viajero y comprobando que su amigo, dueño del castillo estaba ausente, penetró en él, acercándose a la castellana y mostrándose su rendido admirador le declaró un impuro amor. Horrorizada la virtuosa dama, refugióse en la capilla, buscando amparo en su buen consejero el capellán.

     Herido en su amor propio, juró venganza el funesto visitante y salió despechado en busca del esposo. Lo encuentra y la calumnia más vil mancha su alma depravada. Le sugiere la idea de que su esposa platica demasiado con el apuesto capellán… El castellano altanero monta en cólera y hostigando el brioso corcel, parte rápido en dirección del castillo, donde entra atropelladamente armando gran estrépito entre sus atronadoras voces y los cascos de los corceles. Baja presurosa la castellana, temerosa haya ocurrido algún percance en la expedición y allí mismo, cegado por los celos, mata a la esposa inocente; se dirige precipitado a la capilla y hallando al buen capellán orando, sin mediar palabra, pone fin a la vida del sacerdote.

     Esta es la historia triste de amor, odio y crimen que entenebrece los muros de este castillo ruinoso…

     Al fin logré saber la leyenda misteriosa que tanto me había sugestionado y que quedó grabada en mi imaginación con caracteres imborrables.

 

 

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