domingo, 6 de octubre de 2013

Sobre los Cabezudos


                 MÁS RESPETO PARA LOS CABEZUDOS
2006
“No tendría yo más de diez años cuando junto con otros muchos niños íbamos detrás de los cabezudos que abrían pasacalles con los txistularis en las fiestas de mi pueblo. Los seguíamos, pero a una distancia prudente. Cuando se volvían corriendo hacia nosotros blandiendo esas inofensivas vejigas de aire, corríamos despavoridos, aun a sabiendas de que los cabezudos y su arma no nos causarían dolor alguno. En una de esas espantadas crucé alocadamente las vías del tren segundos antes de que pasara. Los cabezudos suscitaban en los niños de mi generación una mixtura de miedo, provocación y respeto. Casi sesenta años después estuve con mi nieto de tres años siguiendo un pasacalles con cabezudos en los recientes carnavales de Bilbao. Los cabezudos no eran ni de aspecto más amable ni menos agresivos que los de mi época, pero ningún niño les tenía miedo, ni lloraba ni corría. Me dio pena. Puedo entender que ya no se tenga respeto a los políticos, jueces, sindicatos, iglesia, monarquía, patronal, porque algún demérito habrán hecho. Pero, por favor, esta sociedad no tendrá buenos pilares si los niños pierden el respeto a los cabezudos”.
Juan Beaskoetxea. El Semanal 1324. Marzo 2013.

 2006
Hubo una época cuando era niño que lo que más me atraía de las fiestas eran los cabezudos. Y recuerdo el preguntar muchas veces a David o a Freire ¿hay hoy cabezudos?
Los esperábamos ansiosos, con emoción, con miedo frente a la actual casa de cultura, porque ellos estaban “enchiquerados” en el local municipal que allí existía y salían desbocados repartiendo leña a diestro y siniestro.

Con los bebés y los niños más pequeños que estaban de la mano de sus padres tenían algo de consideración y se paraban a saludarlos y a menudo consolar sus lágrimas porque su aspecto era fiero y desagradable, solían entonces quitarse las caretas para que los niños comprendieran que no eran monstruos sino seres humanos. Los demás a correr y prestando mucha antención hacia donde encaminar los pasos porque igual huías del Chino y te salía por donde menos te lo esperabas el Demonio o Popeye. Los cabezudos vestían blusones que ocultaban la ropa de calle , lo cual les otorgaba un aire más misterioso, menos familiar o reconocible. Hoy no se cuidan los detalles.
En épocas más antiguas aún eran más temibles y bajo las caretas estaban Narro, Valín, Luís Gascón... usaban las clásicas vejigas que suministraba Matarile y cuyo diseño era sencillo un palo de madera, una cuerda y la vejiga. Ocurría algunas veces que de tantos golpes se rompían las vejigas y entonces continuaban arreando con el palo.

Hoy en día observo “la suelta” de cabezudos y es otra cosa muy distinta, los niños como dice el autor de la carta anterior ya no los tienen miedo ni respeto, e incluso se burlan de ellos y los atizan.  Usan cartones para sacudir pero también tienen esas mismas armas muchos chavales, que son del mismo tamaño o incluso más altos que los propios cabezudos.
En nuestro tiempo claro que también recibían algún que otro golpe por la espalda pero luego el agresor las más de las veces tenía que correr hasta el Malvecino o el Puente de Marrón, perseguido por uno o por dos cabezudos.
Se ha desnaturalizado la esencia de este peculiar festejo, ahora es bien distinto y dudo que los niños disfruten tanto como lo hicimos nosotros, vamos que ni les va ni les viene.
Lo cierto es que ya están acostumbrados a ver cabezudos por la calle todos los días y de peores condiciones.

 

 

 

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