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RESPETO PARA LOS CABEZUDOS
2006
“No tendría
yo más de diez años cuando junto con otros muchos niños íbamos detrás de los
cabezudos que abrían pasacalles con los txistularis en las fiestas de mi
pueblo. Los seguíamos, pero a una distancia prudente. Cuando se volvían
corriendo hacia nosotros blandiendo esas inofensivas vejigas de aire, corríamos
despavoridos, aun a sabiendas de que los cabezudos y su arma no nos causarían
dolor alguno. En una de esas espantadas crucé alocadamente las vías del tren
segundos antes de que pasara. Los cabezudos suscitaban en los niños de mi
generación una mixtura de miedo, provocación y respeto. Casi sesenta años
después estuve con mi nieto de tres años siguiendo un pasacalles con cabezudos
en los recientes carnavales de Bilbao. Los cabezudos no eran ni de aspecto más
amable ni menos agresivos que los de mi época, pero ningún niño les tenía
miedo, ni lloraba ni corría. Me dio pena. Puedo entender que ya no se tenga
respeto a los políticos, jueces, sindicatos, iglesia, monarquía, patronal,
porque algún demérito habrán hecho. Pero, por favor, esta sociedad no tendrá
buenos pilares si los niños pierden el respeto a los cabezudos”.
Juan
Beaskoetxea. El Semanal 1324. Marzo 2013.
Hubo una época cuando era niño que lo
que más me atraía de las fiestas eran los cabezudos. Y recuerdo el preguntar muchas veces a David o a
Freire ¿hay hoy cabezudos?
Los esperábamos ansiosos, con
emoción, con miedo frente a la actual casa de cultura, porque ellos estaban
“enchiquerados” en el local municipal que allí existía y salían desbocados
repartiendo leña a diestro y siniestro.
Con los bebés y los niños más
pequeños que estaban de la mano de sus padres tenían algo de consideración y se
paraban a saludarlos y a menudo consolar sus lágrimas porque su aspecto era
fiero y desagradable, solían entonces quitarse las caretas para que los niños
comprendieran que no eran monstruos sino seres humanos. Los demás a correr y
prestando mucha antención hacia donde encaminar los pasos porque igual huías
del Chino y te salía por donde menos te lo esperabas el Demonio o Popeye. Los cabezudos vestían blusones que ocultaban la ropa de calle , lo cual les otorgaba un aire más misterioso, menos familiar o reconocible. Hoy no se cuidan los detalles.
En épocas más antiguas aún eran más temibles y bajo las caretas estaban Narro, Valín, Luís Gascón... usaban las clásicas vejigas que suministraba Matarile y cuyo diseño era sencillo un palo de madera, una cuerda y la vejiga. Ocurría algunas veces que de tantos golpes se rompían las vejigas y entonces continuaban arreando con el palo.
Hoy en día observo “la suelta” de cabezudos y es otra cosa muy distinta, los niños como
dice el autor de la carta anterior ya no los tienen miedo ni respeto, e incluso
se burlan de ellos y los atizan. Usan
cartones para sacudir pero también tienen esas mismas armas muchos chavales, que
son del mismo tamaño o incluso más altos que los propios cabezudos.
En nuestro tiempo claro que también
recibían algún que otro golpe por la espalda pero luego el agresor las más de
las veces tenía que correr hasta el Malvecino o el Puente de Marrón, perseguido
por uno o por dos cabezudos.
Se ha desnaturalizado la
esencia de este peculiar festejo, ahora es bien distinto y dudo que los niños
disfruten tanto como lo hicimos nosotros, vamos que ni les va ni les viene.Lo cierto es que ya están acostumbrados a ver cabezudos por la calle todos los días y de peores condiciones.
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