La Estación de Marrón a principios de siglo
La cantina era un lugar frecuentado
donde se comía y bebía y un negocio próspero y muchos vecinos paseaban a lo
largo de la Avenida de Santander, hoy
calle Federico Somarriba, simplemente para ver pasar los trenes y por supuesto
para acudir a recibir o despedir a sus familiares.
La estación era un punto de encuentro
como hoy puede ser la plaza mayor, un rincón de distracción social que se
visitaba con frecuencia.
Cuántos en aquel entonces iniciaban
en la estación de Marrón un largo periplo que incluso les conducía a tierras
americanas. Al regresar los más afortunados, los indianos célebres, en alguna
ocasión eran recibidos en el andén por la misma
banda municipal al acorde de un pasodoble.
La gente acudía a la estación a recibir el
correo, la prensa con las noticias de actualidad y allí mismo comentaban y
debatían las informaciones que llegaban de la capital.
También, en casos muy señalados, se
reunía mucha gente para presenciar el desembarco de las jaulas donde llegaban
los toros o esperar al tren de Bilbao que traía a Mero Pacheco acompañado por
los chistularis para dar comienzo las fiestas.
Cuántos romeros llegaban hasta aquí
para luego subir andando hasta la Bien Aparecida, cuántas familias de turistas
paraban en esta estación para pasar en la villa los meses del verano, cuántos
forasteros se apeaban para acudir los sábados al mercado, cuántas personas sencillas viajaban
a diario en el tren más madrugador hacia la capital para ir al médico, de compras o
despachar otros trámites y asuntos.
Cuántos campesinos se embarcaron en
Marrón con sus maletas y sus familias hacia la emigración, hacia un horizonte
desconocido.
Son millares las historias.
La estación fue un universo
particular lleno de vitalidad, todos los días a cada tren que llegaba acudían
los carreteros para repartir luego la mercancía por los distintos comercios o
trasladar a los viajeros, turistas o
viajantes a las fondas la Ideal, la Gabriela, la Casa
Colorada, etc.
El único carretero que recuerdo
trayendo cajas de la estación fue Tino, el Zaragato, pero
existieron muchos otros anteriores.
El control del tiempo era clave en
aquel mundillo de la estación y para ello exigía la precisión de un buen reloj
que garantizara la puntualidad de los trenes, porque alrededor de cada llegada
del tren desde Santander o salida del convoy hacia Bilbao, giraba un esfuerzo
colectivo de empleados.
El reloj de la estación de Marrón
En la estación de Marrón, también en
la de Gama, aún se conserva el reloj primitivo que es del mismo modelo. El jefe
de estación, los maquinistas y todos los trabajadores que participaban en la
circulación debían estar coordinados con aquel reloj.
Nuestro reloj que vemos en el andén
carece de maquinaria propia, son relojes “esclavos” o satélites, cuya
maquinaria se encuentra en el interior de la estación, en el reloj patrón, que
sincroniza los dos relojes exteriores para que marquen la misma hora.El reloj exterior de dos caras subordinadas al de pie que se encuentra en el interior
Los talleres que fabricaron estos relojes tenían en cuenta tanto la precisión como la estética y algunas de sus realizaciones son piezas auténticas de ingenio y arte.
Los que tenemos en la estación de
Marrón, marcan la hora mediante impulsos que reciben por una transmisión a
través de la pared. Figura en su esfera el nombre de su fabricante “Luis
Anduiza”, que indagando en la red hemos podido averiguar que fue un relojero
que suministraba relojes a compañías de ferrocarril allá por 1908. Tenía una
relojería-joyería y platería en la calle de San Jerónimo de Bilbao y
curiosamente se sabe que era aficionado a los toros.
La esfera del reloj
Lo que está a la vista en los andenes
es un soporte más o menos bonito, pintado en armonía con los colores de las
paredes y una esfera de cerámica esmaltada en blanco, doble numeración arábiga,
en un círculo exterior del 1 al 12 y otro interior del 13 al 24.
Las saetas carecen de segundero y
actualmente le dan cuerda una vez a la semana. Su soporte es un modelo de cuña,
un reloj con esfera de doble cara, que lo hace visible desde los dos lados del
andén.
Me contó Escalante que en hace unos
años quisieron robar los relojes, pero claro al desmontarlos se encontraron con
que sólo eran carcasas y los abandonaron posados en el banco. Es lo que ha
ocurrido en la mayoría de las estaciones, han desaparecido a consecuencia del
deterioro causado por el tiempo, de los actos vandálicos ocasionados por
maleante o de la dejadez de la propia empresa.
El reloj de la estación junto con el
de la iglesia y supongo que ya existía el de la fachada del ayuntamiento,
fueron claves para regular la actividad económica del pueblo.
Convendría conservarlo… cuántas horas
decisivas ha marcado a lo largo de un siglo de existencia a diferentes
generaciones de ampuerenses.
(Para más información sobre los relojes que hay en las estaciones ferroviarias escribió un reportaje Celina Pérez Melero en la revista de Feve "Railes").
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