El reclamo
Leocadio
Ramírez puso tanto empeño en dibujar señales en su maizal de Coterillo,
como reclamo, que un atardecer de verano una luz azul fosforescente lo
cegó desde lo alto.
El encuentro no resultó como había
imaginado tantas veces. Al recobrar el conocimiento advirtió que lo conducían
en camilla por un pasillo acristalado y su cabeza recibía insufribles
martillazos. En ese estado de dolor y desconcierto creyó ver animales como
invernando y cubiertos por una sustancia blanquecina. Intentó incorporarse pero
quienes lo trasladaban le presionaron la frente hasta tumbarlo de nuevo. No
eran personas normales sino figuras etéreas que en lugar de andar parecía que
flotasen y sus manos no tenían dedos sino apéndices elásticos. Leocadio se estremeció horrorizado cuando lo metieron en la última de las salas y contempló en otra camilla a Ceferino, el panadero, a quien desde hacía dos días buscaban en el pueblo y por los pozos del Asón. Aún se movía y su cuerpo estaba conectado por un sinfín de cables a un panel luminoso. Conservaba sus gafas pero no los ojos ni los brazos, ni una de sus piernas… ni tan siquiera sus genitales. Lo estaban desmontando.
(Del libro "Las Angulas del Malvecino y otros cuentos")
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