jueves, 20 de octubre de 2016

Lecturas otoñales. La jauría.


Liano Sarabia fue el primero que vio los lobos cuando salió en dirección a la relojería con el fin de comentar con Santi el concierto de piano que ofreció en el Café Pereda la gran Ceferina Reina.

     Al salir del bar varias sombras cruzaron repentinamente ante sus ojos. Al principio creyó que se trataba de unos perros y en la oscuridad de la calle apenas distinguió sus siluetas avanzando por la carretera hasta detenerse en la puerta de la guardería “Cachitos” donde se arremolinaron junto a la pared.

     Liano apreció que eran animales de gran tamaño y que uno de ellos se giró bruscamente, estiró su cuello y permitió que contemplara con más detalle su fisonomía salvaje; el color pardo de su pelaje y sobre todo su boca que se entreabrió emitiendo un ligero gruñido que dejó bien a la vista sus puntiagudos colmillos y sus  aviesas intenciones.

     Quiso correr, entrar lo antes posible en la relojería pero quedó como hipnotizado por aquella mirada feroz y sanguinaria. Tardó en recuperar el control sobre sí mismo y sus ideas, puesto que le asaltó de forma caprichosa la sensación de estar soñando o que sus ojos le engañaban ya que lo que tenía ante su vista no era posible bajo ninguna concepción lógica, eran las siete de la tarde y se encontraba en Ampuero, en medio de la calle del Comercio, no en el páramo de Masa.

     De lo que sí fue consciente, porque ahora la bestia al avanzar  hacia él se iluminó mejor con las luces de la relojería, es que no se trataba de un pastor alemán u otra raza de perro, era un lobo cuya envergadura crecía por momentos al erizársele el pelo del lomo. Estaba a punto de atacar y el sentido común obligaba a Liano a tomar una decisión urgente, ya no contaba con mucho margen de tiempo. Miró a su alrededor, no pasaba ningún coche, no se veía a ninguna persona calle arriba o calle abajo. El momento era crítico, la esperanza de salvarse del ataque pendía de un hilo extremadamente fino. Liano pensó que sin duda las fauces de la alimaña buscarían su cuello o abdomen con el fin de infringir el mayor daño y lo que era peor al ataque se unirían sus compañeros.  Intuyó el instante en el que el lobo emprendía la acometida y en un alarde atlético logró salvar la dentellada y se introdujo con destreza de un salto en la relojería.

     Santi cambiaba la correa al reloj de Zarita cuando Liano entró en la tienda del modo más precipitado que uno hubiese podido imaginar.

                 -  ¡Lobos, lobos en la calle!- gritó.

      Zarita y Santi se estremecieron del sobresalto y poco después rieron la ocurrencia.

              -  Suena raro pero ahí afuera hay lobos hambrientos, dos o tres al menos, me he librado de milagro.

              -  Si, yo también los he visto antes  junto a  un oso polar- dijo Santi.

              -  ¡Pero Liano, qué cosas nos dices! -dijo Zarita- ¿Quieres meternos miedo?

     Liano lanzó un hondo suspiro evidenciando que se tomaba la cosa en serio y repitió agitando la cabeza y sus manos, tratando con ello de recalcar sus palabras:

            -   ¡Hay lobos ahí afuera, debemos dar aviso a las autoridades!

            Santi observó a su amigo con detalle y empezó a creer que tal vez decía algo de verdad porque se estaba comportando de un modo distinto a lo habitual y se apreciaba en él una gran excitación.

           -¿No habrán sido perros lo que has visto? piensa que es fácil confundirlos en la oscuridad.

          - No, eran lobos, lo puedes comprobar si quieres asomándote a la puerta.

    - ¿Pero cómo han podido llegar hasta aquí? - se sorprendió Zarita, costándola dar crédito a semejante acontecimiento.

    - Qué se yo, será una manada hambrienta que ha bajado de las Nieves, pero os aseguro que son “lupus ibericus” y están ahí mismo-  insistió Liano en un tono que ya obligaba a pensar que no mentía.

     Santi marcó el número de emergencias y le pasó a Liano el teléfono. – Es mejor que hables tú -. Mientras tanto se dirigió al almacén y agarró la escoba y un paraguas por si las moscas.

     -  ¿Qué te han dicho? preguntó a Liano, sorprendido de que ya hubiera terminado de hablar por teléfono.

     - ¡Qué no los miremos a los ojos, porque es como si les retáramos!

     Santi entregó la escoba a Liano y él se quedó con el paraguas. - Lo siento Zarita, no he encontrado nada para ti, mejor quédate dentro de la tienda mientras nosotros salimos a averiguar lo que sucede.

     Abrieron la puerta y se asomaron a la calle con mucha cautela.

     -    No se ve nada, tal vez se hallan marchado- dijo Santi.

     -    Pueden estar escondidos esperando una oportunidad para atacar – señaló Liano- cazan de noche.

      -   Pues si deciden lanzarse contra nosotros con estas armas en las manos nos costará mucho dominarlos- dijo Santi.

       -  Si alcanzamos la ferretería “La Cadena” conseguiremos mejor armamento- dijo Liano.

       -    ¡Ah, pobres animales, no les hagáis daño! - pidió Zarita.

       -   ¡Tú métete para adentro y no salgas! - ordenó Santi.

     No sufrieron contratiempos en la incursión y cuando Ángel vio entrar a los dos blandiendo el paraguas y la escoba con caras exaltadas y argumentando que había lobos en la calle, tal vez ocultos tras los coches aparcados en la plazoleta, pensó que aquel par de ellos se encontraban bastante afectados por haberle dado al frasco.

     A Santi le resultó luego un tanto comprometido explicar a Ángel y a unas cuantas personas que fueron llegando al lugar lo sucedido, de alguna forma pretendió desmarcarse de Liano, al fin y al cabo él fue el único que había visto los lobos.

     Liano recordó que había dejado las puertas del bar abiertas de par en par y por ello se retiró,  pero aún con el corazón latiéndole como si hubiera corrido en los encierros.

     -No ha ocurrido nada – indicó Ángel guiñando el ojo a Enrique, el de Cantarranas- con la oscuridad que reina en el pueblo es normal  confundir algún perro vagabundo con un lobo.

     La extraña noticia sin embargo corrió como la espuma, en la plaza, en los supermercados y sobre todo en los bares no se hablaba de otra cosa. La calle del Comercio se encontró pronto abarrotada de curiosos y en la Trastienda, el Bodegón y sobre todo en el Pereda no cabía un alfiler. El tono general era de guasa pero también se podían contar los que dieron crédito a la presencia de los lobos.

     Emilio cerró la peluquería y con Yoli y Chisco entraron al Pereda.

     - ¡Liano, me he enterado que hoy servís tapa de lobo!- gritó Milio  provocando la risa general.

    - ¡Y creo que fue el relojero el que mató al lobo de un paraguazo!- bromeó Chisco justo antes de que le sonara su móvil. Con aquel griterío no podía escuchar bien y salió a la terraza. Era el obispo que necesitaba concretar la fecha y la hora de la ceremonia en que iba a nombrarle acólito en la iglesia de Ampuero. De improviso se giró de espaldas como si un sexto sentido le avisara o le hubiese asaltado un inesperado presentimiento, en ese instante los descubrió.

     El macho alfa le estudió unos instantes escudriñando el terreno y buscando la estrategia más apropiada para el enfrentamiento. Chisco fue habilidoso y no se anduvo por las ramas, derribó una mesa y arrojó su móvil al líder de la manada y en un santiamén alcanzó la puerta de cristal del comedor que vio entreabierta, los otros lobos no tuvieron oportunidad de cortarle el paso y aullaron de impotencia.

     -   ¡A mí no me pilláis, malditas alimañas…!

     -   ¿Pero qué dices Francisco, es que acaso has cambiado de idea?- se oyó la voz del obispo al otro lado del teléfono.

     El pánico se apoderó del pueblo y los incidentes con los lobos se sucedieron de manera trágica, comenzaron a contarse tantas historias que uno ya no podía fiarse de lo que era cierto o imaginado.

     José Luís, el del Bodegón, contaba que también los lobos habían entrado en la terraza de su bar y que una chica sufrió la amputación de una mano de un mordisco, pero que no había que preocuparse porque la habían metido en una caja con hielos y la trasladaron  junto con la herida al hospitalillo para que se la volvieran a coser.

     Tino, el de la Aparecida, había oído contar que en el paseo de la presa habían encontrado los cadáveres de dos personas devoradas.

     A Joserra los lobos le habían entrado en el supermercado y le habían comido todos los chorizos que trajo de Villarcayo. - Los lobos pueden tragar gran cantidad de comida sin masticar- señaló Antonio, el juez de paz. - Pues menos mal que las morcillas las guardé en el refrigerador- argumentó el hijo de Mon.

     La Guardia Civil acordonó la calle pero en un esfuerzo inútil porque no se conocía el radio de acción de la manada, se movían en la oscuridad saltando por las tapias y las huertas como peces en el agua. Los agentes con la colaboración de la policía municipal trataron de neutralizar las partidas de vecinos que se habían armado con escopetas de caza.

     - Como les de por disparar se arma la de San Quintín – apuntó el sargento, pero luego dado el cariz que tomaban los acontecimientos no tuvo otro remedio que dejar a cada uno defenderse como pudiera.

     Chisco solicitó la autorización de don Hilario para repartir entre los vecinos las antorchas que habían sobrado de la procesión de setiembre para iluminar las calles y ahuyentar así a los lobos.  Don Hilario sugirió si no sería también oportuno sacar a la Virgen Niña por las calles como en tantos pueblos llevan a cabo ofrendas cuando sufren calamidades. Ante los gestos de desaprobación de cuantos lo escucharon, el párroco se apresuró a puntualizar: - ¡ La réplica!, digo, la que pesa menos.

      Iba a ser la noche más larga que conociera Ampuero en toda su historia, nadie pudo dormir con el ir y venir de las ambulancias y los coches de la guardia civil, los disparos, los gritos espantosos de quienes caían en sus garras y lo peor de todo los aullidos que no cesaban y que siempre se antojaban más cercanos.

      Aquellas criaturas malignas crecían en número y lentamente se fueron adueñando de todas las calles y las casas del pueblo como si siguieran a cabo un plan preconcebido.
 
Continuamos con la publicación de los relatos que componen el libro: "Las angulas del Malvecino y otros cuentos" debido a la petición de algún que otro lector despistado y masoquista. También porque aquel volumen fue una edición limitada. Algunos relatos se publicaron con anterioridad en el blog pero se eliminaron y se reescribieron.  Al fin y al cabo quien ya los haya leído no tiene más que "pasar hoja", además es gratis.
 
 
 
 

 

3 comentarios:

  1. Yo también he visto un lobo por la calle, ¡y en pleno día! ¿o era un perro? Bueno, la cosa es que estaba que mordía y tenia los ojos inyectados en sangre, quizá había pasado una mala noche, no se...

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  2. Leyendo tu historia te voy a contar la sucedida la pasada primavera en el barrio El Camino (gran desconocido e independiente –no se sabe a que población pertenecemos por el abandono que sufrimos, los impuestos los recauda el Excelentísimo Ayuntamiento de Ampuero, para esto si se nos integra en el municipio).

    Continuando con la historia que viene al caso, en nuestra casa al lado de la carretera general teníamos a “TIMOTEO“ un gallo pedrés de año y medio de edad, alrededor de 8 kg, con un plumaje espectacular y un canto a las seis de la mañana que no dejaba indiferente a ningún vecino.

    El cual tras la convocatoria ordinaria de una reunión familiar las pasadas navidades saboreando aun pobre hermano de corral, se decidió por mayoría absoluta INDULTARLE (bueno no de por vida solo hasta otro acontecimiento culinario familiar con convocatoria extraordinaria).

    Pero ese día no llegaba, quién si llego fue un zorr@ espectacular –mirada penetrante, fino hocico, cola larga y espesa- el cual arrebato la vida del pobre “Timoteo” cuando lo mato no le vimos, es más fue por la mañana (las noches las pasaba cerrado), encontramos el occiso despescuezado en una esquina del corral sin saber que había pasado, no había ninguna señal en todo el recinto del gallinero, de haber sufrido ningún ataque, pero paso y lo mejor de todo es que por la mañana le mato y por la noche vino a recoger el cadáver y se lo llevo, sin dejar ni plumas para el recuerdo.

    En las noches sucesivas fuimos conscientes de que merodeaba por la zona, ladraban los perros, le vimos enfrente de la casa, mirando fijamente, sin inmutarse de que subiésemos o bajásemos por la escalera, es uno más del barrio y conocido por más vecinos…

    Conclusión, no somos del centro de Ampuero pero tampoco de las altas montañas, y por aquí anda el Zorro, ¿quién le quita de pasearse por la Recta y llegar hasta Ampuero?... Entonces igual se tomaba medidas…

    Un vecin@ de El Caleruco-Barrio El Camino (Ampuero)NMR

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  3. Hola, nose si será cierto o no, pero ahora que veo esto, hace unos meses recuerdo que me dijeron que se vio un ejemplar de Lobo en el camino que entra a la orilla del río, por la recta de Ampuero. Según lo dicho, apareció una oveja "depredada" en (La Cobetilla) y fue uno de los que en días posteriores se abatieron por los cotos de Rasines, e incluso llegaban asta las puertas de las casas en GURIEZO, (y esto salió publicado en El Diario Montañés)
    Si que es cierto que no hay una prueba que demuestre que estubo por dicha parte de Ampuero, pero tampoco las hay para desmentirlo.
    Simplemente hay por lo menos 2 testigos

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