El monarca
Pasó largo rato ofuscado y resoplante en
la sala de juntas del alcázar. Bebió en la comida más vino del aconsejable y
terminó repantigado en el sitial mal noble del castillo dando una cabezada tras
otra. Cuando escuchó murmullos y pasos que se aproximaban supuso que el
canciller y los consejeros venían ya en su busca para iniciar la asamblea.
-¡Qué no vengan con más tratados ni
treguas! ¡El tiempo de las palabras expiró! – manifestó grandilocuente-. Mi
reino lleva días sumido en la inquietud, los emisarios cabalgan a galope
tendido día y noche en una dirección y otra portando urgentes noticias y
mensajes. Los rumores que apuntan a que en los pasos fronterizos del nordeste
aragoneses y navarros han comenzado a reunir tropas circulan por los caminos,
las plazas y los mercados. Castilla se enfrenta en efecto a grandes amenazas
pero no albergo la menor de las dudas que todos y cada uno de mis súbditos
tienen puestas sus esperanzas en este palacio y en el buen juicio de su monarca
-. Respiró profundamente y continuó el exhorto enaltecido.
- ¿Quién entre mis predecesores se sentaron en este trono y alcanzaron un periodo de paz y bienestar tan extenso? ¡Yo mismo guiaré mis estandartes a la batalla y pacificaré las villas rebeldes!
-Pues ya estás tardando y luego revisa si hay en recepción suficientes audio guías en japonés, que ayer se terminaron.
Del libro: "Las angulas del Malvecino y otros cuentos".
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