En la foto aparecen dos carruajes que trasladan a "las manolas" y a señores distinguidos a la plaza de toros para presenciar una becerrada benéfica el 11 de julio de 1915.
Foto de Carlos García.
Dos o tres
años hace surcaban los caminos de esta alegre y confiada villa cuatro vetustos
coches poniendo la alegría de su cascabeleo en la dulzura del paisaje.
De los
cuatro cocheros, dos pasaron a mejor vida, tal vez amargados por la escandalosa
irrupción de lo nuevo; otro se pasó con armas y bagajes al campo del progreso,
adquiriendo un magnífico auto que suelta el escape de sus gases por los mismos
caminos de antaño, el hoy chofer, guiaba con marchosería de buen andaluz, el
vistoso tronco de caballos…
Hay otro
que, aferrado a la tradición continua contemplando desde lo alto del pescante,
como desde su trono, el paso de los autos numerosos y trepidantes que envuelven
su coche en una nube de polvo, mientras el andar cansino de sus caballos “llega
a todas partes” según su misma frase consagrada. Este es Tasio, “el Chato”
simiente de cochero que Dios se ha servido dejar en nuestro camino para que no
se extinga la raza.
“Arregla los
caballos” como dice cuando le sorprendemos en la cuadra pasando un cepillo por
las crines hirsutas de un noble y sufrido caballejo. Un puro enorme que
sostiene entre los dientes parece la sombra de su cuerpo diminuto de “jockey”.
De cuando en cuando retira el cigarro de su boca y se llena un cantar que le
hemos oído cientos de veces, “el suyo”, “el favorito”.
“Como la
Guardia civil que va por la carretera…”
Hasta que el
puro enorme vuelve a ocupar el sitio que ocupaba el cantar.
El “Chato”
se resigna, sin violencia a la variación que en el orden de cosas que le afecta
ha impuesto el progreso; pero nunca se resignará a dejar de ser cochero. Un
orgullo innato, que le hace erguirse como un guerrero medieval, a quien le
quisieran arrebatar la cota y la malla para sustituírsela por una moderna
guerrera de paño, le arrebola el rostro cuando le hablamos de la conveniencia
de adquirir un “fotingo”.
En su charla
copiosa hay remembranzas de los felices tiempos pasados, y evoca la ida y la
vuelta a las romerías, con el coche lleno hasta el techo, con la alegría del
vino que ponía la copla castiza en los labios de los mozos, brotando poderosa,
y perdiéndose en la paz de los campos.
El “Chato”
sabe ser feliz con su puro enorme y sus viejos caballos, a quienes
afortunadamente, no ha enfermado esa harinilla mezclada con cascarilla de
arroz, que decomisaron las autoridades cuando vieron el cuadro y que ofrecían
unos animales de cerda que murieron asesinados tan alevosamente.
¡Hay que
quererlos! Dice el “Chato” enternecido, mirando los caballos ya lastrosos por los repetidos golpes de
cepillo y el último cochero satisfecho de sí mismo se aleja calle abajo a tomar
“la penúltima” como él dice en su argot siempre pintoresco”.
EL
CORRESPONSAL. “El Cantábrico”
19-12-1927.
Una lástima que no conozcamos el nombre del autor de esta crónica pero antiguamente era frecuente firmar sólo como "el corresponsal" o incluso con un seudónimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario