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- Habéis de saber, reverendo, que vos al sabor y yo al olor, los dos hemos comido pichón, aunque no queráis.
Respondió el capellán:
- Pues si eso es así, quiero que paguéis vuestra parte del pichón.
El otro que no y él que sí, pusieron por juez al sacristán de la aldea, que estaba presente, el cual le dijo al capellán que cuánto le había costado el palomino; dijo que medio real; mandó que sacase un cuartillo el caminante, y el mismo sacristán tomó la moneda, y haciéndola sonar sobre la mesa, dijo:
- Reverendo, daros por pagado con el sonido, así como el de la comida se conformó con el olor.
Dijo entonces éste:
- A buen capellán, mejor sacristán!
Juan de Timoneda.
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