“Ampuero,
el aristocrático pueblo de los indianos, el pueblo artísticamente edificado que
en la época estival se ve siempre concurrido por multitud de forasteros que a
él vienen a ensanchar sus cansados pulmones, respirando un ambiente impregnado
de aromas, aspirando un aire saturado de oxígeno puro, es en la actualidad un
pueblo adormecido, poético, sí, pero poético con una triste melancolía de los
túmulos…
No
contemplamos rostros hermosos, porque, a causa del frío, se envuelven en las
antiestéticas toquillas o en los horribles velos; no admiramos los gentiles
talles de las esculturales campesinas, porque se ocultan entre los pliegues de
los poco caritativos abrigos, que nos velan los encantos de que la Naturaleza
se mostró tan pródiga en esta tan privilegiada parte de la Montaña”.
Sólo los
sábados, días de mercado, y las ferias bimensuales de que ahora disfrutamos nos
traen efluvios de vida, nos comunican algo del movimiento de los pueblos vivos.
Sólo los domingos por la tarde vemos reunidos en el Café Universal muchos de
los elegantes, la mayor parte de la clase media y multitud de los obreros que,
sin temor al frío, van a congregarse, en amistosa promiscuidad, alrededor de
las elegantes mesas de mármol para saborear el riquísimo caracolillo que tan
esmeradamente nos facilita Luengo, y jugar su partidita al dominó, al tute o al
mus.
Para
romper la monotonía de la vida invernal, algunos jóvenes de iniciativa
verdaderamente altruista, verdaderos filántropos,- pues de lo contrario nos
moriríamos de aburrimiento- han ideado hacernos agradables las gélidas veladas
de los domingos y días festivos. Son estos Eduardo y don Arturo Sanz, artistas
de mérito real, don Eduardo García, digno secretario del Juzgado, y don Benigno
G. Arrimadas, culto e inteligente industrial, establecido en el ramo de la
droguería, que ha constituido una empresa para la explotación de un
cinematógrafo que funciona alternando en esta villa y en Laredo, dirigido por
el competente don José Royo. Con aparato Hugues, de lo más perfeccionado que
existe, y al mínimo de oscilación, han dado ya varias sesiones que han sido
otros tantos éxitos, por el apurado gusto y moralidad absoluta de las películas
que han presentado, viéndose siempre elegantísimo salón concurrido por todas
las clases sociales de Ampuero, que materialmente le han llenado en cuantas
funciones han sido celebradas…”
Eduardo
G. Carral. “La Atalaya”. 12-3-1912.
Este interesantísimo suelto no apareció en La Atalaya sino en El Cantábrico de 11 de enero de 1910.
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