Si visitas el norte de España o resides allí (Galicia, Asturias, Cantabria) encontrarás con cierta frecuencia casas con una palmera en el jardín. Si esas casas están construidas en el último cuarto del XIX o en el primero del XX, seguramente se trate de casas de indianos.
La cuarta acepción del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos explica que, dicho de una persona, un indiano es un hombre que vuelve rico de América.
La palmera plantada en los jardines de esos hombres y mujeres que regresaban con fortuna suficiente para construirse en su España natal, era la metáfora y el resumen de sus propias vidas: esas casas simbolizaban lo que ganaron en América.
Las casas de indianos, con excepciones, suelen encontrarse hoy en mal estado. Han pasado muchos años desde su construcción y los nuevos herederos no suelen encontrar la forma de repartirsela o conservarla. La casa, por tanto, a medida que los años pasan, envejece.
Y cuando sus últimos moradores se van, la casa se arruina irremediablemente.
La palmera, sin embargo, cada vez es más alta. La vida de la palmera, en el jardín de la casa de aquellos indianos es hoy su verdadero legado: un homenaje permanente a los que cruzaron el Océano intentando mejorar sus vidas.
La ruina de sus casas, en contraposición a la silueta imponente de las palmeras que plantaron en esos jardines, recuerda la miseria de volver con una riqueza que en su mayoría querían, pero que no necesitaban.
Porque lo que aquellos hombres y mujeres añoraban era, básicamente, el olor de la tierra que les vio nacer.Y ese olor, aunque permanente en su recuerdo, la más de las veces nunca volvieron a recuperarlo.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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