En la casa de Mateo, situada al extremo de la calle del Muradón, vivía un hombre soltero y solitario que padecía de sonambulismo. Todas las noches se levantaba de la cama y acudía al pozo a cargar un balde de agua para calmar su sed. Cierta noche tuvo la desgracia de encontrarse con un vecino de La Bárcena que lo saludó y éste al despertar cayó muerto.
Otro de los lugares de los que me habló fue de El Malvecino.
Hace un tiempo era frecuente que este lugar, este rápido rocoso del Vallino, se conociera con el nombre de Malmecino. Pero realmente siempre fue Malvecino, así figura en documentos sobre pleitos entre distintos propietarios de molinos en el siglo XVII.
Cuenta Órtola que en este lugar existió un molino de dos discos y su propietario fue una persona que no tenía buen trato de vecindad con los habitantes cercanos, sobretodo porque cerró con cadenas el contorno de su propiedad e impedía el paso a quienes circulaban entre Ampuero y Bernales por ejemplo, obligándoles a dar un rodeo. Entre los casos que más destacaban figuraban los entierros, a los que tampoco dejaba pasar. Por ese motivo se conoció el lugar como Malvecino, en alusión a su propietario.
Es un lugar muy recurrente para fotografiarse.
Inés María y una amiga en 1971
Margarita Rodríguez
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