"¡El Oso! Ahí
es nada. Noventa y nueve mató el cazador de Caleao, que causaba la admiración
de Felipe IV; ochenta y cinco, Garrido el de Somiedo; cuarenta y ocho de los
mayores, el de Llanos de Somerón; media docena, el que esto escribe. Todos son
pocos para vengar la muerte de Fávila".
Una caravana de cazadores dispuesta a partir
No hay nada
para nosotros tan emocionante ni atractivo como una cacería de osos en
Asturias. En bosques que son paraísos y desde los que se divisa el mar y la nieve
en las cumbres, sentadas sobre el musgo de las raíces de corpulentos robles,
hayas o castaños, arrullados por la brisa que mueve las hojas e iluminados por
el sol…
El corazón
estalla de ilusión y de esperanza cuando un “ahí va un oso”, formidable, os deja
clavados en el sitio. Contenéis la respiración para que aumente la potencia
auditiva, y todo son ojos, oídos y atenciones. De pronto, percibís, con
claridad el ruido de leña seca que se rompe, el de piedras sueltas que ruedan,
el de ramaje o maleza que se desbarata. Las ansias crecen y… ¡ahí está el oso!
Parece una pelota de pelo, gigantesca. Se para un instante, atento a las voces
y cohetes del ojeo. No nos ha visto. Lo que viene por detrás le preocupa, y
emprende de nuevo la marcha. Aprovecháis entonces , y al largarle un balazo en
el codillo, lo veis girar sobre sí, desbaratar el prado o la maleza con
las garras, lanzar un gruñido sordo y fiero y desprenderse monte abajo, si no os
ha percibido corréis detrás, y véis la sangre en el suelo; la sangre, mucha
sangre, y al seguirla, lleváis toda la intensidad de la emoción, que es toda la
intensidad de la vida…
El Marqués de Villaviciosa. La Esfera 1918
Cazadores asturianos transportando un osezno. A la derecha, el marqués.
Aquí no ha habido evolución de sensibilidad alguna. Simplemente se dejó de cazar osos de manera legal cuando se constató que casi no quedaba ninguno por las montañas cantábricas. YY el furtiveo aún existe. Hay por las postales de las tiendas de rcuerdos de los pueblos aledaños a los Picos de Europa alguna fotografía tomada en alguna de las últimas monterías de oso dadas en La Liébana. Eran los años cuarenta, creo recordar.
ResponderEliminarA mí de niño me seducían aquellas postales de osos cazados que colgaban de las tiendas de recuerdos de Potes, sobre todo cuando luego íbamos a subir en el telesférico y pensaba que a lo mejor podía ver alguno.
ResponderEliminarAunque yo no sea marqués, ni viva en aquellos años creo que es mucho mejor tirar una fotografía que un disparo.
Mar qué? Menuda fiera. Menos mal que había mucho osos. De lo contrario, pobres aldeanos...
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