Nos envía este interesante artículo Juan Luis Mazo Arnáiz, un vasco que desde hace poco tiempo reside en nuestro pueblo.
Con este reportaje nos evadimos de la actualidad informativa.
En septiembre de 1797 el jurista gijonés
Melchor Gaspar de Jovellanos visita
tierras ampuerenses durante un viaje que le lleva desde Asturias hasta
Guipúzcoa, pasando por León, Palencia, Burgos y Álava. De regreso al Principado
continúa por Vizcaya y Cantabria. El principal objetivo de este viaje es
informar, en comisión secreta, sobre la fábrica de cañones de La Cavada. Para
cumplir este encargo con la mayor cautela Jovellanos realiza un largo viaje en
lugar de hacerlo directamente por la costa. El 13 de noviembre, dos meses
después de visitar Ampuero, don Gaspar es nombrado ministro
de Gracia y Justicia. Jovellanos pintado por Goya.
Juanlu
Mazo
A continuación transcribimos lo que
Jovellanos escribió en su diario el sábado 23 de septiembre:
A ver los establecimientos; todos
por la gran cabeza del viejo don Juan de Isla. Grande edificio para fábrica de
jabón, abandonada; hoy es almacén. Se proyectó también fábrica y molinos de
papel; no se levantó el edificio; debía ser grande, según indican las grandes
hiladas de sillares que yacen perdidos por allí. En la foto mapa de Marrón.
Dos fábricas para anclas: en
la primera se fabrican también palanquetas de 6, 12, 18 y 36, y herrajes para
obuses. Otra grande oficina para esto mismo, y para clavazón y otros efectos.
(El fierro corre aquí a ciento treinta y cuatro reales el quintal macho). En
todas se consume el carbón de piedra de Asturias. Por una real orden, el de
Langreo, conducido a San Esteban, que este año se ha cargado a nueve reales y
veinticuatro maravedís. Esto me dijo don José de Albo, interventor, que me
acompañó y ofreció una noticia detallada del establecimiento. A ver a don
Miguel Velandia, convaleciente: es hombre de gran celo e inteligencia; tuvo una
anclería en Murnieta y asiento de anclas; también asiento de maderas y mucha
afición a plantíos; trajo pinabetes del Pirineo y los logró de trasplanto;
espera tres mil en cajoncitos con su poco de tierra, como de cuarta a
tercia de alto; me ofreció noticias.
A ver la gran fábrica de anclas;
se fabrican de ochenta y tres quintales, y de ahí abajo; se emplea el carbón de
leña sólo para unir los tochos; para lo demás, de piedra. Se quejan del de
Langreo: malo, sobre caro; echan de menos el de Gijón, de cuya baratura están
enterados; pero el rey lo paga; todo aquí es por su cuenta; paga un tanto a la
casa de Isla. De ésta, sólo el Curtijo con sesenta noques, los seis para sal;
los demás (algunos parados), con casca; ésta, a real y medio la arroba; lo más
distante, a catorce cuartos. Abunda mucho, pero les faltan cueros; sin duda,
por la guerra.
Es admirable la facilidad con que
se fabrican las anclas: manejada la pieza de hierro por medio de una cadena que
la sostiene sobre una especie de cigüeñal, catorce hombres golpean incesantemente
sin tropezarse ni perder su vez, exactamente medido el tiempo de los trece
golpes, con el que necesita cada uno para levantar y volver a enarbolar su mazo
y descargar el suyo. Las palanquetas, moldeadas sus cabezas a golpe; seis a la
vez; vi hacer una de 18. Tendré lista de estos cíclopes y sus sueldos; los más,
del país, a siete y medio reales de jornal; los vizcaínos, doce, diez y seis y
veintidós.
El carbón entra por Santoña;
navega la ría hasta Limpias, dos leguas: allí descargan los pataches y los
barcos suben al pie de las fábricas. Gabarrones bajan las anclas. Despedida de
Albo.
Pasado el barco, a comer. Venta de
Collado: es realenga; la de arriba pertenece al señorío; con decir que ni
aceite se halló, está dicho todo. Malísima comida: potaje, huevos duros y un
poco de atún.
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