El Cine Coral amenazaba ruina. Sus puertas fueron cerradas. El
luminoso se apagó para siempre y la clausura dejó en las carteleras un letrero
de Se Vende. Allí donde una vez sonreía Lauren Bacall o James Dean se instaló
el vacío, y ese color sin fondo de los locales cerrados. Resultaba extraño
verlo así. Donde habíamos guardado cola en otro tiempo ahora sólo había un
espacio lúgubre, un portalón vacío que era como la antesala de la muerte del
cine.
No tardó en instalarse una pareja de vagabundos que se
llevaron sus trastos y sus tetrabriks, y en poco tiempo hicieron de aquella
ruina su hogar. Era mejor verles a ellos ocupando el lugar de lo que fue aquel
cine. Se habían esfumado lo héroes de la gran pantalla, pero quedaron dos Robinsones
desarrapados ofreciendo al público el espectáculo de sus tardes de vinazo, y
sus brocas, y sus risas. El cine había dejado paso al teatro. Y el teatro eran
ellos. Muy pronto hubo palomas picoteando las migas de sus bocatas, y gatos y
perros igualmente vagabundos. A veces pasabas y estaban tirados, sin decir
nada, dormitando o simplemente echados sobre sus cartones. Pero había tardes de
verdad vibrantes. Discutían y se amenazaban, ciegos por el vinazo y el frío pelón
de febrero. Una de aquellas tardes llovía a cántaros y el viento golpeaba con
saña los voladizos de la avenida. Bolsas de plástico y periódicos viejos huían
en remolinos mojados, y en la calle no se veía un alma. Pasé por allí por
casualidad, enfundado en mi parka y encogido por el frío. Estaban enredados en
un discusión de las buenas. Ella decía:
- Vete. Si no me quieres, vete. Has estado con ella, lo sé. Lárgate.
¡No me toques…!
El agua entraba a golpes por el portalón, y les mojaba los
trastos y los cartones. El viento golpeaba los cristales de la cartelera vacía
y silbaba como un demonio. Parecía querer llevárselo todo, y a ellos mismos. Él
la miraba con un tetrabrik en la mano, aleteando con los brazos en un gesto de
burla. Pero tenía los ojos enrojecidos por la rabia y el vino. Se acercó al
borde del portalón y la lluvia le dio de lleno. Se volvió y se quedó mirándola.
Bajo sus pies se había formado un charco. Entonces levantó el cartón de vino y
le replicó furioso:
- Pero, si me echas de casa, ¿dónde coño quieres que vaya? ¿A la calle? ¿Me voy a la calle?
Nubes de Papel
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