sábado, 21 de marzo de 2020

La Calle. Tercer Relato Breve


El Cine Coral amenazaba ruina. Sus puertas fueron cerradas. El luminoso se apagó para siempre y la clausura dejó en las carteleras un letrero de Se Vende. Allí donde una vez sonreía Lauren Bacall o James Dean se instaló el vacío, y ese color sin fondo de los locales cerrados. Resultaba extraño verlo así. Donde habíamos guardado cola en otro tiempo ahora sólo había un espacio lúgubre, un portalón vacío que era como la antesala de la muerte del cine.

No tardó en instalarse una pareja de vagabundos que se llevaron sus trastos y sus tetrabriks, y en poco tiempo hicieron de aquella ruina su hogar. Era mejor verles a ellos ocupando el lugar de lo que fue aquel cine. Se habían esfumado lo héroes de la gran pantalla, pero quedaron dos Robinsones desarrapados ofreciendo al público el espectáculo de sus tardes de vinazo, y sus brocas, y sus risas. El cine había dejado paso al teatro. Y el teatro eran ellos. Muy pronto hubo palomas picoteando las migas de sus bocatas, y gatos y perros igualmente vagabundos. A veces pasabas y estaban tirados, sin decir nada, dormitando o simplemente echados sobre sus cartones. Pero había tardes de verdad vibrantes. Discutían y se amenazaban, ciegos por el vinazo y el frío pelón de febrero. Una de aquellas tardes llovía a cántaros y el viento golpeaba con saña los voladizos de la avenida. Bolsas de plástico y periódicos viejos huían en remolinos mojados, y en la calle no se veía un alma. Pasé por allí por casualidad, enfundado en mi parka y encogido por el frío. Estaban enredados en un discusión de las buenas. Ella decía:

- Vete. Si no me quieres, vete. Has estado con ella, lo sé. Lárgate. ¡No me toques…!
 
El agua entraba a golpes por el portalón, y les mojaba los trastos y los cartones. El viento golpeaba los cristales de la cartelera vacía y silbaba como un demonio. Parecía querer llevárselo todo, y a ellos mismos. Él la miraba con un tetrabrik en la mano, aleteando con los brazos en un gesto de burla. Pero tenía los ojos enrojecidos por la rabia y el vino. Se acercó al borde del portalón y la lluvia le dio de lleno. Se volvió y se quedó mirándola. Bajo sus pies se había formado un charco. Entonces levantó el cartón de vino y le replicó furioso:

- Pero, si me echas de casa, ¿dónde coño quieres que vaya? ¿A la calle? ¿Me voy a la calle?

 Miguel Ángel Yusta Martín
Nubes de Papel

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