La culpa fue mía por haber llegado con el tiempo justo. Un tipo agitado y neurótico me cogió del brazo en cuanto me vio llegar. "Hay una larga cola de gente esperando para que les firme libros", me dijo, mientras me llevaba en volandas a una mesa repleta de ejemplares. No tuve tiempo de ver más, obnubilado por la prisa y por el halago a mi vanidad. Jamás había imaginado que mi obra sobre la aceleración de protones iba a tener semejante éxito. Me puse a firmar libros como loco. Una mujer mayor vino incluso con varios volúmenes: "Este, para mi prima Conchi. El otro, para Amparo". Yo estaba feliz. Hasta febril. Escribía las dedicatorias donde me decían, sin mirarlas, con mi picuda letra de médico y mi firma ilegible. De pronto, un tipo de la cola se puso a observarme fijamente, ladeando la cabeza con suspicacia. "Se le parece muchísimo - comentó en alta voz -, pero este señor no es él. Este individuo ha suplantado a Arguiñano". Entonces todo sucedió a un tiempo. Al fondo, sonriendo, apareció el famoso cocinero. Dos casetas más allá vi un cartel con la convocatoria de mi libro en un stand completamente vacío. Giré el libro que tenía en mis manos y su título acabó de completar el cuadro: "La cocina de Arguiñano explicada a los neófitos", Aquél acababa de ser mi efímero momento de éxito. Lástima que el éxito en realidad, no había sido mío.
Enrique Arias Vega
"Nubes de papel"
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