Durante
todo el noviazgo la muchacha había ocultado la verdad a su prometido: le
faltaba una pierna, que suplía con un aparato ortopédico de extrema perfección.
Naturalmente, el noviazgo había sido muy corto, porque de otro modo el hombre
terminado por darse cuenta. Llegó la luna de miel y la mujer aprovechando que él
se duchaba, se desnudó, se metió en la cama, desató el artilugio y lo puso en
la mesilla. El
corazón le reventaba en el pecho aguardando el fatídico momento en que él se
daría cuenta y ella habría de confesarlo todo. Salió por fin del baño y se metió
en la cama en busca de la primera refriega. Comenzó el besuqueo y en seguida
las manos fueron buscando harinas de otros costales. Agarró un muslo, fue a
echar mano del otro, y…
-
Oye María, ¿dónde tienes la otra pierna?- La puse encima de la mesilla- dijo ella con un hilo de voz.
- Mujer, tampoco hacía falta que te abrieras tanto.
Gabriel Plaza Molina
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