viernes, 3 de abril de 2020

El marido que puso a prueba la buena fe de su esposa


Un joven y apuesto mozo tenía por esposa a una bonita mujer, a la que adoraba pero que era la peor de todas las mujeres de Nápoles. Cierto día, en una de esas dulces entrevistas, tan caras a los enamorados, le preguntó si le amaba.
-          Tanto como me es posible – respondió ella.
-          Y si muriese yo antes que tú, ¿qué traje me pondrías para enterrarme?
-          Elegiría el mejor. ¡Te lo juro por mi honor!
Algún tiempo después, el marido, que deseaba poner a prueba la buena fe de su esposa, simuló mori
rse. Entonces, la viuda se vistió de negro, con los cabellos sueltos, comenzando a lanzar gritos y a lamentarse de la pérdida sufrida.
Los parientes, los amigos y los vecinos, intentaban en vano consolarla.
- Puesto que nadie os puede devolver a vuestro marido – le decían- es preciso enterrarlo y pensar en otra cosa. Una de las mujeres encargadas de los preparativos de los funerales, tuvo necesidad de consultarla acerca de la ropa con la que debería amortajar el cadáver. Ambas comenzaron a examinar los efectos del difunto y, de común acuerdo, juzgaron que todos los trajes eran demasiado buenos, diciéndose que sería un crimen convertirlos en sudario. Al fin, no encontrando nada más, le cubrieron con una red de pescador.
Concluidos los cantos fúnebres, colocaron el cuerpo en el ataúd y los portadores se lo echaron a los hombros. En el momento en que el muerto franqueaba la puerta, la viuda, según la costumbre del país, comenzó a gemir, golpeándose en el pecho, mientras decía:
-          ¡Ay, mi esposo amado! ¿Dónde te vas ahora?
-          - Al mar, a pescar con mi red – le respondió una voz profunda. ¿Es éste el buen traje que me habías prometido? ¿Cómo voy, desde ahora, a poderme fiar de ti?

 Julio Morlini
 

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