Luis, el de Udalla, fue tan imprudente que saltó la valla
del recinto donde se encontraban los dinosaurios. El motivo no fue otro que el
de querer recolectar la más preciada de las setas: “la amanita de los césares”.
Luis había leído en un wasap que este excelente hongo crecía con mucha
frecuencia en los terrenos donde pastaban aquellas bestias de la naturaleza
debido a sus ácidos excrementos. Apenas avanzó unos metros en la finca cuando
encontró el primer setal y con tanta alegría comenzó a llenar su cesta que ni
se percató de la presencia del monstruo. Cuando empezó a ser devorado Luis
trató de recordar aquel otro reportaje que leyó en Internet sobre los
dinosaurios del final del cretácico y no terminaba de precisar si el bicho que
ya le había comido una pierna se trataba de un carnotauros o de un triceratops,
todo dependía de las protuberancias del cráneo, pero no acababa de tenerlo claro.
El corresponsal
El corresponsal
No hay comentarios:
Publicar un comentario