El automóvil llega a Rasines y allí saludan al alcalde Gabriel Abedul que les cuenta lo ocurrido en el barrio de Cereceda. Una pobre mujer, esposa de Antonio Farelo se encontraba en su casa con siete de sus hijos. Era sobre las seis y media de la tarde, de pronto se oyó el sordo mugir del río, la casa se alza ribereña y se vio la terrible avalancha saltando sobre los campos. La pobre madre se dio cuenta del peligro, estaba sola con sus pequeños. Los trasladó asidos a sus faldas, trataba de refugiarse en otra casa suya situada a alguna distancia. Pero en medio del camino vio que no podía llegar y volvió sobre sus pasos. El agua ya le llegaba a sus pies, metió uno a uno a todos los niños en la casa, sólo faltaba uno, el pequeño Jesús de nueve años de edad, y al tratar de asirle las manos rebramó la ola y se lo arrebató de las manos, llevándolo río abajo hacia Ampuero. Su cadáver fue hallado en la presa de la fábrica de harinas de Talledo, debe ser el lugar conocido ahora como "Pozo de Manolita". La casa de la desdichada familia debía estar situada en el barrio de Cadalso, el niño fue arrastrado unos 400 metros. Siguen su camino y van a la mies de Gibaja que ha desaparecido completamente bajo una capa de fango y de piedras. Aquí en la venta del “Mal Nombre” que se haya cerca del puente donde confluyen el Asón y el Carranza, el agua saltó por la carretera e invadió la venta cuarteándola y socavando sus cimientos. La casa quedó en ruina y una pareja de la Guardia Civil impide que se acerque la gente. Sobre el mismo puente vieron a un grupo de personas en busca del cadáver del cuñado de uno de ellos, una de las víctimas de Carranza. Un detalle curioso de este drama es que en las mieses de Ampuero han sido cogido varios salmones que al retirarse las aguas quedaron en seco. En otros sitios se han cogido truchas y eran numerosas las personas que se dedicaban a esta extraña pesca en los campos. Está claro que siempre hay quien saca beneficio de cualquier situación por muy trágica que sea.
Al llegar a Gibaja, el jefe de estación Francisco Suarez, cuenta que fue una suerte que no llegara ningún tren con pasajeros durante la tromba, el agua chocó contra el muro como un inmenso proyectil y de ese muro de unos cuarenta metros que se apoya en los estribos del puente no quedó ni una piedra. El agua arrastró un vagón y en el despacho de la estación alcanzó una altura de 35 cm. Mercancías y ramales quedaron al aire. Todos convienen en que el descenso de las aguas fue rápido, de haber seguido lloviendo toda aquella barriada de Gibaja hubiese desaparecido. Entre los comercios el más perjudicado fue la fonda de Benigno Masón situada detrás de la estación, todo está arrasado, botellas, bocoyes, cajas, sacos, todo lo devoró el turbión. La avalancha sorprendió a la mujer del dueño y a sus hijos al pie de la escalera que comunica con las habitaciones altas. El párroco José Urrutia llevó a la familia escaleras arriba. Benigno al tratar de salvar una novilla fue arrastrado por el agua, aún no sabe todo lo que ha perdido de sacos de tabaco, cemento y carbón e ignora el paradero de una yegua. Un potro fue arrastrado por la corriente pero pudo rescatarlo vivo porque quedó detenido entre unos maderos. Otro establecimiento que también ha sufrido mucho es el de Jesús Concha y en el almacén de granos de Demetrio Maruri se evalúan las pérdidas en 5 mil pesetas. En estos establecimientos el agua llegó a alcanzar una altura de dos metros y medio. En la casa de Carolina Madariaga, donde había instalado un obrador, a la hora de la llegada del agua se hallaban trabajando cuatro modistas, afortunadamente pudieron ganar la cuesta cercana y desde allí vieron como el agua entraba en la casa llevándoselo todo. Igual aspecto de desolación presenta la tienda de Tomás Ortiz o la casa del guarda agujas Pablo García donde también entró el agua. El molino de Gibaja, propiedad del Conde de Limpias, y situado en el barrio de Bocarrero, quedó aislado en medio de una inmensa laguna. El molinero y su familia tuvieron que subir al tejado donde pasaron momentos de verdadera angustia, porque las aguas llegaron a alcanzar la altura del alero. De este molino el agua llegó a sacar dos cerdos, ninguno de los cuales se ahogó. Uno fue recogido en el río a 5 km de distancia.
En el automóvil se dirigieron a Carranza, Ruiz Ocejo hace parar el auto de trecho en trecho para que los periodistas contemplaran los estragos. Vieron el puente de Riancho cubierto de despojos y el de Concha arrancado de cuajo. En el molino de la venta “del Monte”, propiedad del exsenador González Trevilla el agua se llevó su presa. Vieron la vía férrea arrancada, maizales y huertas llenas de piedras. En las vías del tren ya están trabajando cerca de 500 obreros de las brigadas de Santander y Bilbao y el ingeniero Antonio Salvidegoitia les dijo que a pesar de los daños en una semana se restablecería la circulación porque aunque los raíles han sido arrancados, los murallones y los terraplenes han resistido admirablemente evidenciando la solidez de su construcción. Llegamos al fin a Molinar y nos detenemos ante el balneario que ha sufrido terribles daños. El jardín ha desaparecido copudos árboles tronchados descansando sobre las aguas. Pero esto no es nada si se compara con lo que ha sufrido el edificio. Su propietario Ramón Bergé cuenta que cuando el torrente se precipito sobre el piso bajo, cuantos se encontraban allí tuvieron que salir por las ventanas y ganar el monte próximo. Un pintor que trabajaba en el salón de billar tuvo que ser rescatado con cuerdas flotando sobre una cama. De la cocina ni del comedor quedó ni rastro. El propietario calcula en 15 mil los duros las pérdidas. Nadie en el Molinar recuerda una riada así, hacia 1882 hubo otra de grandes proporciones. En el camino del Callejo fue sorprendido por la riada el vecino José María Mier, de cuarenta años de edad, que en un carro arrastrado por dos bueyes conducía desde la estación una máquina de coser. El agua arrastró a los bueyes y al carro y al infortunado José María. La máquina de coser apareció en Gibaja. En el pueblo de Concha, en la casa de un hojalatero se hallaban dos niños, uno pudo ser rescatado dentro de la casa medio asfixiado, el otro desapareció y su cadáver fue hallado poco después. El veterinario informó que en Carranza se enterraron unas sesenta cabezas de ganado muerto. Al regresar tomamos el camino de Udalla y en una espesa arboleda hay amontonado en un remanso restos de muebles, troncos de árboles y el cadáver de un buey, probablemente uno de los del carro del desgraciado José María Mier. No sería difícil pensar que el cuerpo de éste estuviese también entre aquella montaña de despojos. (Reseña de la información publicada en el diario “La Atalaya”, 27 de mayo 1915).
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