“Muy señor
mío” (Al director de “El Cantábrico). Tenía preparadas unas cuartillas dando
cuenta del desgraciado suceso ocurrido ayer en el kilómetro 52 de la línea de
Santander a Bilbao (no 65 como equivocadamente decía hoy “El Cantábrico” y que
costó la vida de la infeliz Hermenegilda Hierro, pero he de variarlas para
rectificar la noticia dada en el periódico de su digna dirección. Cuando el
tren paró para ver el cadáver la encontró en la ribera izquierda del río, como
a un metro escaso de distancia del agua. El conductor del tren colocó el
cadáver en posición que hacía imposible que este resbalara al agua, cubriendo
parte de su cuerpo, que había quedado al descubierto con las destrozadas ropas
de la interfecta. En este estado se la encontró, luego más tarde cuando se
personaron en el lugar del suceso el médico Ramón Rivas, el cabo de la guardia
civil, acompañado por un número de servicio, y el jefe de la estación de Marrón
con los empleados a sus órdenes. Más tarde el juez suplente don Juan Otero
acompañado del secretario y del alguacil del juzgado, que después de reconocer
e identificar el cadáver ordenó su levantamiento y la conducción al cementerio
de esta villa, cuyo traslado hízose sobre una escalera y con la particularidad
de ir amarrado el cadáver para evitar su caída por la estrechez de dicha
escalera, con la misma cuerda con que estaba amarrado el haz de leña que
conducía la interfecta en el momento de ser arrollada. Hoy le ha sido practicada
la autopsia, apreciándosela la fractura del cráneo, con salida de la masa
cerebral, por cuyo motivo la muerte tuvo que ser necesariamente instantánea.
Se censura
agriamente que habiendo camillas en el pueblo fuese conducido el cadáver en una
escalera en cuya forma tuvo que atravesar por el centro del pueblo, pareciendo
más bien un fardo de mercancía que despojos humanos. La camilla fue mandada a
pedir por el médico señor Rivas y a lo cual se contestó que aquella era sólo
para la conducción de heridos. Esta camilla pertenece a la Cruz Roja y se halla
en el Ayuntamiento. Pero si esta camilla no quiere emplearse para cadáveres
bien puede haberse llevado otra que debe existir en el cementerio de la villa y
que fue regalada por dicho médico Señor Rivas. Por tanto me parece algo
abandonada la conducta empleada en esta ocasión por las autoridades no
obligando a conducir el cadáver en forma.
¡Parece
mentira que estemos en una villa como Ampuero, que se precia de tener algo de
eso que se llama cultura! Hubiérase muerto un Don Fulano de tal, y no digo yo,
las escrupulosas personas que componen la ambulancia de la Cruz Roja de esta
villa se hubiesen apresurado a ceder la camilla, y no ese aunque fuera otra
distinguida a conducir imágenes se hubiera empleado para la conducción. Pero ha
sido la muerta una infeliz mujer esposa de un jornalero y no hay por qué
molestarse por un desheredado de la fortuna. El esposo de esa infeliz no es
persona influyente en el pueblo por su capital, no es concejal, ni siquiera
cacique, y por lo tanto no hay obligación de guardarle consideración de ninguna
especie.
“Cosas
veredes el Cid, que farán fablar las piedras”
Para
terminar. Se trata de abrir una suscripción en beneficio de la infeliz familia
de la finada. Pláceme sin fin merce tal idea y solo falta que el vecindario
ampuerense caritativo de suyo responda en esta ocasión a la llamada de la
caridad en nombre de esos pobres huérfanos.
El
Corresponsal. “El Cantábrico, 6 de junio, 1902”
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