viernes, 17 de junio de 2022

Un entierro poco decoroso

“Muy señor mío” (Al director de “El Cantábrico). Tenía preparadas unas cuartillas dando cuenta del desgraciado suceso ocurrido ayer en el kilómetro 52 de la línea de Santander a Bilbao (no 65 como equivocadamente decía hoy “El Cantábrico” y que costó la vida de la infeliz Hermenegilda Hierro, pero he de variarlas para rectificar la noticia dada en el periódico de su digna dirección. Cuando el tren paró para ver el cadáver la encontró en la ribera izquierda del río, como a un metro escaso de distancia del agua. El conductor del tren colocó el cadáver en posición que hacía imposible que este resbalara al agua, cubriendo parte de su cuerpo, que había quedado al descubierto con las destrozadas ropas de la interfecta. En este estado se la encontró, luego más tarde cuando se personaron en el lugar del suceso el médico Ramón Rivas, el cabo de la guardia civil, acompañado por un número de servicio, y el jefe de la estación de Marrón con los empleados a sus órdenes. Más tarde el juez suplente don Juan Otero acompañado del secretario y del alguacil del juzgado, que después de reconocer e identificar el cadáver ordenó su levantamiento y la conducción al cementerio de esta villa, cuyo traslado hízose sobre una escalera y con la particularidad de ir amarrado el cadáver para evitar su caída por la estrechez de dicha escalera, con la misma cuerda con que estaba amarrado el haz de leña que conducía la interfecta en el momento de ser arrollada. Hoy le ha sido practicada la autopsia, apreciándosela la fractura del cráneo, con salida de la masa cerebral, por cuyo motivo la muerte tuvo que ser necesariamente instantánea.

Se censura agriamente que habiendo camillas en el pueblo fuese conducido el cadáver en una escalera en cuya forma tuvo que atravesar por el centro del pueblo, pareciendo más bien un fardo de mercancía que despojos humanos. La camilla fue mandada a pedir por el médico señor Rivas y a lo cual se contestó que aquella era sólo para la conducción de heridos. Esta camilla pertenece a la Cruz Roja y se halla en el Ayuntamiento. Pero si esta camilla no quiere emplearse para cadáveres bien puede haberse llevado otra que debe existir en el cementerio de la villa y que fue regalada por dicho médico Señor Rivas. Por tanto me parece algo abandonada la conducta empleada en esta ocasión por las autoridades no obligando a conducir el cadáver en forma.

¡Parece mentira que estemos en una villa como Ampuero, que se precia de tener algo de eso que se llama cultura! Hubiérase muerto un Don Fulano de tal, y no digo yo, las escrupulosas personas que componen la ambulancia de la Cruz Roja de esta villa se hubiesen apresurado a ceder la camilla, y no ese aunque fuera otra distinguida a conducir imágenes se hubiera empleado para la conducción. Pero ha sido la muerta una infeliz mujer esposa de un jornalero y no hay por qué molestarse por un desheredado de la fortuna. El esposo de esa infeliz no es persona influyente en el pueblo por su capital, no es concejal, ni siquiera cacique, y por lo tanto no hay obligación de guardarle consideración de ninguna especie.

“Cosas veredes el Cid, que farán fablar las piedras”

Para terminar. Se trata de abrir una suscripción en beneficio de la infeliz familia de la finada. Pláceme sin fin merce tal idea y solo falta que el vecindario ampuerense caritativo de suyo responda en esta ocasión a la llamada de la caridad en nombre de esos pobres huérfanos.

El Corresponsal. “El Cantábrico, 6 de junio, 1902” 

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