jueves, 9 de agosto de 2012

Relato breve. Don Aurelio


                                              DON AURELIO



      El padre Aurelio aguardaba en la sacristía a que las manecillas del viejo carillón  llegaran a las cinco menos cuarto para salir pitando hacia la tasca de Nisio. Allí en compañía de los feligreses habituales tenía previsto ver el partido de fútbol que el Racing  jugaba en Vitoria.

      -Si hoy ganamos subimos a primera – comentó entusiasmado a Marieta, la sacristana, que lo observó con mirada vaga y sin expresión.

     Don Aurelio buscaba en un cajón su paquete de tabaco cuando apareció en la entrada de la capilla Vicente, el taxista.

     -¿Y tú Vicente, ahora qué quieres? Siento no tener mucho tiempo ya que debo salir con urgencia.

     -¿Algún caso de extremaunción don Aurelio?

     -¡No hombre, otros asuntos! – vaciló levemente - mira mejor si lo tuyo puede esperar ven mejor mañana.

   -Se trata del informe sobre los cursos prematrimoniales.

   -Lo dicho ven mañana.

   -¡La Cofradía de Santa Casilda! –exclamó Marieta bruscamente sosteniendo una nota de papel en sus manos.

    -¿Pero qué estás diciendo? –indagó el cura lanzándola una mirada feroz.

     -Es cierto, me avisaron hace unos días, es un grupo de  veinte mujeres que vienen de Logroño en autobús para ver las reliquias de Santa Casilda y llegan a las cinco.

     -Me hundes Marieta, me hundes –señaló el cura sentándose agitado en su silla de estilo gótico y respaldo desproporcionadamente alto.

Aquellas visitas las aconsejó el obispo después del hallazgo casual de la mano de la santa metida en un frasco etiquetado con el debido rigor.

-Enseña la reliquia hijo y así obtienes más fondos para reparar el retablo- no se cansó el obispo en repetir en su última visita a la parroquia.

- Ya veo que hoy no es buen día -manifestó Vicente al abatido sacerdote-. Ya regresaré en otro momento.

-¡No, no, tú te quedas! – exclamó el cura casi con júbilo, enderezándose en la silla-. Has solicitado un informe de buen cristiano, pues ya lo creo que lo vas a tener y con la máxima calificación y añadiré que siempre has colaborado en las tareas parroquiales. Te aseguro – añadió el cura sin poder evitar que en el rostro se le dibujase  una sonrisa socarrona - que con lo que voy a escribir no van a considerar necesario que acudas a ningún curso prematrimonial  en ese pueblo asturiano donde te vas a casar.

Don Aurelio condujo del brazo a Vicente frente al enorme armario donde se guardaban las vestimentas sacerdotales y la orfebrería.

-Pruébate esta sotana, creo que es de tu talla.

- ¡Pero eso que me pide es imposible y no es correcto!

-No digas eso –respondió don Aurelio con cierta acritud- piensa que los caminos que conducen al Señor no siempre están embaldosados.

-Entre nosotros padre, soy un poco ateo.

-Calla, no digas tonterías. Piensa que la mayor parte de las cosas se encargará de hacerlas Marieta. Tú limítate a sostener el frasco con la reliquia y rezar una avemaría.

-Pero si no la sé rezar –repuso Vicente.

-Pues mueve los labios, las beatas no se van a dar cuenta, apagad cuantas más luces y usa esta linterna para alumbrar los huesos que eso emociona mucho, pero sólo durante unos pocos segundos y mira hijo no seas tan complicado, que tampoco te estoy pidiendo que des misa.

Don Aurelio salió de la sacristía más que deprisa, advirtiendo a Vicente que no se olvidara de pasar el cepillo. Frente al altar se persignó y murmuró unas palabras ante la imagen de la patrona. De modo escueto la pidió perdón por permitir que el taxista le suplantara.

Luego se dirigió hacia la puerta de salida pero se detuvo en el umbral y con el rostro sonriente se volvió hacia el retablo como si algo hubiese omitido en su anterior exhortación. En voz alta rogó a la Virgen que ganase el Racing, aunque fuera de penalti y en el último minuto.

S.B







 






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