DON AURELIO
El padre Aurelio aguardaba en la
sacristía a que las manecillas del viejo carillón llegaran a las cinco menos cuarto para salir
pitando hacia la tasca de Nisio. Allí en compañía de los feligreses habituales
tenía previsto ver el partido de fútbol que el Racing jugaba en Vitoria.
-Si hoy ganamos subimos a primera –
comentó entusiasmado a Marieta, la sacristana, que lo observó con mirada vaga y
sin expresión.
Don Aurelio buscaba en un cajón su paquete
de tabaco cuando apareció en la entrada de la capilla Vicente, el taxista.
-¿Y tú Vicente, ahora qué quieres? Siento
no tener mucho tiempo ya que debo salir con urgencia.
-¿Algún caso de extremaunción don Aurelio?
-¡No hombre, otros asuntos! – vaciló
levemente - mira mejor si lo tuyo puede esperar ven mejor mañana.
-Se trata del informe sobre los cursos
prematrimoniales.
-Lo dicho ven mañana.
-¡La Cofradía de Santa Casilda! –exclamó
Marieta bruscamente sosteniendo una nota de papel en sus manos.
-¿Pero qué estás diciendo? –indagó el cura
lanzándola una mirada feroz.
-Es cierto, me avisaron hace unos días, es
un grupo de veinte mujeres que vienen de
Logroño en autobús para ver las reliquias de Santa Casilda y llegan a las
cinco.
-Me hundes Marieta, me hundes –señaló el
cura sentándose agitado en su silla de estilo gótico y respaldo
desproporcionadamente alto.
Aquellas
visitas las aconsejó el obispo después del hallazgo casual de la mano de la
santa metida en un frasco etiquetado con el debido rigor.
-Enseña la
reliquia hijo y así obtienes más fondos para reparar el retablo- no se cansó el
obispo en repetir en su última visita a la parroquia.
- Ya veo que
hoy no es buen día -manifestó Vicente al abatido sacerdote-. Ya regresaré en
otro momento.
-¡No, no, tú
te quedas! – exclamó el cura casi con júbilo, enderezándose en la silla-. Has
solicitado un informe de buen cristiano, pues ya lo creo que lo vas a tener y
con la máxima calificación y añadiré que siempre has colaborado en las tareas
parroquiales. Te aseguro – añadió el cura sin poder evitar que en el rostro se
le dibujase una sonrisa socarrona - que
con lo que voy a escribir no van a considerar necesario que acudas a ningún
curso prematrimonial en ese pueblo
asturiano donde te vas a casar.
Don Aurelio
condujo del brazo a Vicente frente al enorme armario donde se guardaban las
vestimentas sacerdotales y la orfebrería.
-Pruébate
esta sotana, creo que es de tu talla.
- ¡Pero eso
que me pide es imposible y no es correcto!
-No digas
eso –respondió don Aurelio con cierta acritud- piensa que los caminos que
conducen al Señor no siempre están embaldosados.
-Entre
nosotros padre, soy un poco ateo.
-Calla, no
digas tonterías. Piensa que la mayor parte de las cosas se encargará de
hacerlas Marieta. Tú limítate a sostener el frasco con la reliquia y rezar una
avemaría.
-Pero si no
la sé rezar –repuso Vicente.
-Pues mueve
los labios, las beatas no se van a dar cuenta, apagad cuantas más luces y usa
esta linterna para alumbrar los huesos que eso emociona
mucho, pero sólo durante unos pocos segundos y mira hijo no seas tan
complicado, que tampoco te estoy pidiendo que des misa.
Don Aurelio
salió de la sacristía más que deprisa, advirtiendo a Vicente que no se olvidara
de pasar el cepillo. Frente al altar se persignó y murmuró unas palabras ante
la imagen de la patrona. De modo escueto la pidió perdón por permitir que el
taxista le suplantara.
Luego se
dirigió hacia la puerta de salida pero se detuvo en el umbral y con el rostro
sonriente se volvió hacia el retablo como si algo hubiese omitido en su
anterior exhortación. En voz alta rogó a la Virgen que ganase el Racing, aunque
fuera de penalti y en el último minuto.
S.B
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