La cabeza de
Cristobal
(Un cuento escrito por Santiago Brera)Desde el mirador de la Bien Aparecida el paisaje se abrió ante los ojos de los dos biólogos asturianos como un belén animado e inmenso. En el centro del valle distinguieron el pueblo de Udalla y dispersos a su alrededor entre los pliegues de colinas y montañas un sinfín de pequeñas aldeas y caseríos. Dentro de aquella espléndida panorámica, de ese tapiz de verdores infinitos, fijaron su atención en la cinta serpenteante del Asón que en esos momentos reflejaba los últimos destellos del ocaso.
- ¡Ahí lo tenemos, nuestro objetivo a vista de pájaro! – exclamó el doctor Polo Maza señalando el río con su mano-. Es de curso corto y no excesivamente caudaloso pero en todas las muestras realizadas el pasado año 2023 el análisis de sus aguas resultó aceptable.
- Ojalá tengamos suerte parece el marco idóneo para poner en marcha el proyecto- opinó la joven doctora mientras encendía un cigarro y entregaba los prismáticos a su compañero.
- Este río es nuestra última oportunidad – manifestó taxativo. De no encontrar aquí lo que andamos buscando todas las investigaciones y toda la labor llevada a cabo en Pensilvania y Oviedo tiradas por la borda y; después del fracaso del Narcea la misma Universidad nos cerrará las puertas.
En el asador “El Rincón del Gaucho” soñaba amodorrado Elisendo Viglietti con la llegada de un autobús cargado de clientes. Elisendo se incorporó de su asiento y mantuvo una tensa expectativa, la idea de que su local fuera asaltado por un tropel de personas a esas horas de la noche le disgustaba por cuanto suponía la profanación de una quietud celosamente conservada a lo largo de toda la jornada. Escuchó el rechinar de la puerta al entreabrirse y se alegró de que no irrumpieran “las huestes de Atila” sino Chili acompañado de Damián y Carlos Ocejo.
- ¡Ah, son ustedes! – exclamó el argentino aún con el cerebro confuso.
- Pues sí nosotros – dijo Chili sosteniendo una sonrisa condescendiente- Ya puedes tener cuidado que un día te entran y te llevan hasta los pinchos de churrasco de la barra; aunque bien mirado mucha hambre hay que tener para echar el diente a esa carne que debe andar más tiesa que nuestro amigo Cristóbal.
- Serás camorrero- contestó Elisendo con ademán crispado, al tiempo que dirigía una mirada de menosprecio a la cabeza de salmón disecada expuesta en medio de las estanterías de botellas; una cabeza de salmón macho cuya mandíbula inferior se curvaba semejando un temible garfio.
Damián pidió tres crianzas y comentó que había visto al alcalde y a Luisa Elvira con dos forasteros entrar en el Polinesia.
- ¿No te lo dijeron ayer? Hoy llegaban a Ampuero unos científicos y querían entrevistarse con el alcalde- explicó Carlos.
- ¿Y qué más sabes del asunto?- preguntó Damián intrigado.
- No mucho, que son al parecer biólogos de la universidad de Oviedo y quieren tratar algo relacionado con los salmones. Creo que vienen a estudiar el río por si pueden recuperar la especie.
- ¡Menuda patraña! - exclamó Chili.
- Tal vez el alcalde se haya olido algún negocio, porque lo de los salmones no me lo explico, es agua pasada- dijo Damián.
- Y tan pasada, todas las repoblaciones que se intentaron fracasaron, da lo mismo que traigan huevas de Noruega o de la Conchinchina, en el Asón- añadió Chili- de no ser salmones autóctonos no crían y como aquí no queda uno… ¿van a volver otra vez con esa vaina?
- Vete a saber si han descubierto algo nuevo – dijo Carlos-. Pedro Deza insinuó que eran investigadores de mucho prestigio y que venían de estudiar nuevas técnicas de repoblación en el extranjero.
- Ojalá fuera cierto pero para el Asón temo que cualquier remedio llegue tarde, muy tarde- determinó Damián.
- Pasó a la historia – dijo Chili- aquí no queda más salmón que el viejo Cristóbal.
- ¡Míralo! A pesar de los años aún mantiene el brillo en sus ojos- indicó Carlos aproximándose a la cabeza del salmón.
- Sí, pero me da que empieza a descomponerse por dentro como todo este tugurio y este pueblo- intervino Elisendo con gesto apesadumbrado.
– ¡Quién me mandó venir aquí! ¡Nunca debí salir de la Pampa!
- ¡Calla gaucho y acércamelo!- exclamó Chili-, quiero leer de nuevo lo que escribió el torero.
La cabeza del pez estaba fijada a un
soporte de madera, en el cual podía apreciarse una chapa en forma de pergamino
con una inscripción grabada. Chili trató de leerla acercándola lo más posible a
los ojos.
- ¡Maldita sea, no veo un cristo!
- ¡Enciende más luces!- gruñó Carlos-. Si
esto parece una cueva.
A regañadientes Elisendo accionó el
interruptor del fluorescente circular que colgaba sobre la barra y Chili pudo
finalmente leer la placa:
“A José Fernández Setién “Chili” y sus
amigos de “La Encerrona”. En recuerdo del gran fin de semana que pasamos en
Ampuero y pesqué a “Cristóbal”.
Juan José Padilla. 12 de mayo de 2014”.
- Ya puedes apagar la luz- dijo posando
la cabeza del salmón sobre el mostrador con un gesto de desagrado-. Sabes que
tienes razón nuestro amigo huele peor que esas empanadas que preparas.
-
¡Cuidadito ché… de mis empanadas
tucumanas ni palabra! Y sabes lo que digo que hoy mismo agarro a vuestro
Cristóbal y va a la basura, vos me lo diste pero ya me cae gordo.
-
No, a la basura no, déjame que me lo lleve y lo arroje al río, hoy baja muy crecido,
que regrese de nuevo al mar, ¿no os parece un funeral más digno?
- Tuvimos suerte de contar con el maestro – soltó Damián.
- Nos prometió la visita y cumplió -
dijo Carlos-. Recuerdo que escribí entonces en un libro de fiestas que era un torrente de vida lleno de señorío, un
torero en la plaza y fuera de la plaza. Participó en la conferencia de “La
Encerrona” y al día siguiente se fue a pescar salmones con Chili.
- Y no bajó en canoa por falta de
tiempo pero ya se había interesado en ello- añadió Damián.
- Aquel domingo mi hermano y yo
teníamos asignado el pozo de Batuerto y
como suelen decir: “la suerte del novato”, no hizo más que tirar la caña y enganchó el salmón.
- Pon otra ronda- pidió Carlos.
-
Acompañando a Padilla vino un
banderillero, Cristóbal Hernández, acababa de contratarlo en su cuadrilla y era
muy feo de cara, tenía una mandíbula desproporcionada- siguió contando Chili- .
Yo cogí el salmón con el gancho y cuando se lo pasé a Padilla sacó parecido
entre la cara del banderillero y la del salmón. Todos nos reímos y mira por
cuanto le puso ese nombre.
- Fue todo un detalle que te enviara su
cabeza disecada desde Sanlúcar - señaló Damián.
-
La tuve expuesta en el restaurante hasta que me jubilé, al argentino le
gustó y se la regalé, pero hoy al salir me la llevo y la tiró por el Malvecino.
Pedro Deza, el alcalde de Ampuero,
concertó en la cervecería Polinesia la reunión con los biólogos asturianos
debido a que la casa consistorial se encontraba en fase de rehabilitación. Se
sentó en una de las mesas del fondo e indicó con cortesía a cada uno la silla
que debía utilizar. Luisa Elvira llegó un poco más tarde pues encargó en la
barra a María Jesús una botella de crianza y unas brochetas de lomo de rape con
champiñones y langostinos.
Pedro con un dominio reposado observó a
los dos forasteros fijamente, sobre todo a la joven doctora; y no fue ajeno a
la mirada que ésta dirigió hacia una foto de color sepia colocada en la pared.
En ella aparecían Cundo y Chelín
soportando una apea de eucalipto de la que colgaban seis o siete salmones,
también se distinguían en la imagen a Eustaquio Puente, el popular guardarríos
del Asón y a Enriquito Sarabia montado en bicicleta.
- Imagino que miras la fotografía de
los salmones ¿me equivoco? Había colocadas muchas fotos en la pared, escenas de
romerías, de los encierros y de diversos grupos de personas pero Pedro adivinó
en cual la bióloga puso los ojos.
- Ella sonrió. –Es usted muy observador,
no pude evitar fijar la atención en esa imagen.
- Por favor no me trates de usted.
La bióloga se levantó y se quitó la
cazadora de ante, evidenciando aún más su atractiva figura. - Está bien Pedro,
dime ¿cuántos salmones se pescaban aquí?
-¡Uff- agitó su mano- muchos, en los
buenos tiempos unos dos mil.
- Imagino que la pesca suponía grandes
beneficios a Ampuero - intervino Polo Maza en un afán de sintonizar cuanto
antes con la máxima autoridad local.
- Para unos vecinos era un sobresueldo, pescaban los
salmones y los llevaban luego en sacos en el tren para vender en Santander y en
Bilbao - comentó Luisa Elvira-. La afluencia de turistas era también importante
con lo cual se favorecía la hostelería.
- Y también se favorecían los que
acompañaban a los pescadores como guías y gancheros- añadió el alcalde.
- Ya estamos enterados de que a partir
de los años setenta comenzó a decrecer de modo alarmante el número de capturas
y también apareció la enfermedad, la úlcera cutánea que contagió a la mayoría
de los peces.
- ¿Cuándo se pescó el último salmón?-
preguntó la doctora.
- En 2018, lo pescó Bautista, el de
Rocillo, cerca del Puente Espumoso- respondió Pedro Deza-. Ya nadie volvió a
ver ningún otro, la especie desapareció. Y recuerdo bien la fecha porque fue el
año que el Racing ganó la Copa de la República.
- Como para olvidarlo- observó la doctora
sonriendo.
- Bueno pues dejemos el pasado y vayamos
al asunto que nos reúne- pronunció Polo Maza con visible entusiasmo.
- Eso, vayamos al grano- dijo el alcalde
mientras daba un buen bocado a la brocheta.
- Intuímos que habéis venido hasta aquí
porque pensáis que hay alguna esperanza de resucitar nuestros salmones-
manifestó Luisa Elvira.
- Algo parecido si cabe tal
interpretación- dijo Polo Maza no pudiendo evitar ahora un cierto nerviosismo-.
Lo prioritario para iniciar el proyecto de repoblación es contar con la llave
maestra, la clave que contenga el registro genético del salmón autóctono del
Asón. Sin esa pieza del puzzle es inútil cualquier otro esfuerzo.
- Y esa pieza esencial ¿cuál es?-
preguntó Pedro Deza intrigado.
- Yo les explicaré del modo más sencillo
los fundamentos científicos- el asturiano sabía que había llegado el momento de
abrir la caja de los truenos-. Necesitamos restos de un ejemplar de salmón
autóctono de este río. No importa los años que hayan transcurrido desde que el
pez fuera pescado. Nos sirve una espina, una simple espina- recalcó- que bien
pudiera pertenecer a uno de los salmones ahí retratados.
Pedro y Luisa Elvira se miraron entre sí
desconcertados.
- Hay métodos hoy y avances tecnológicos
que permiten a través de una enucleación celular obtener de esa espina o de una
sola escama el ADN de un salmón o lo que es lo mismo su registro genético. La
duplicación celular se consigue en el laboratorio partiendo de la célula
primitiva una vez extraídas las viabilidades vitamínicas y enzimáticas y una
vez que el óvulo libere toda la doble aportación de ADN del embrión original.
- Es un proyecto viable- dijo la
doctora-, en Noruega se llevó a cabo con éxito y en Canadá se repueblan
actualmente dos ríos en los que desapareció el salmón con huevos clonados.
Imaginaros miles de embriones clonándose en probetas y luego miles de pequeños
alevines introducidos en el Asón, y acelerando su crecimiento en dos años podrá
volverse a pescar salmones adultos.
Pedro Deza hizo un cálculo inconsciente de
los años que restaban de legislatura.
- Y no hay que pasar por alto- enfatizó
Polo Maza- que esos salmones estarán genéticamente adaptados a las
particularidades fluviales del río.
- Regresarán de alta mar al Asón-
intervino de nuevo la doctora- sin posibilidad de errar su camino ya que su
sorprendente olfato los permite cuando se aproximan a la costa, distinguir el
olor particular del río del que proceden sobre la base de la descomposición
orgánica, tanto de minerales como de flora que arrastra.
- Es infalible, tal información la
poseen archivada en sus genes- dijo él- no entrarán en otro río salvo en el
Asón.
Los dos ediles de Ampuero enmudecieron
ante la vehemencia de los biólogos y ambos tras recapacitar unos segundos y dar
unos buenos tragos de vino comenzaron a imaginar discretas ensoñaciones. Si lo
escuchado fuera cierto y el río Asón volviera a contar con salmones se
convertiría en el único cauce fluvial de la península en el que habitara tal
especie considerada antaño como la reina de los ríos. El reclamo para los
turistas sería tal que su afluencia motivaría sin duda una expansión hostelera
y urbanística. Muy pronto Pedro Deza llegó a la conclusión que era únicamente una espina conservada quien sabe
por quién y por qué motivos, dentro a lo mejor de un frasco de formol, la clave
para iniciar el despegue y enriquecimiento de Ampuero.
- Sí he entendido bien vuestra
pretensión es que os encontremos un trozo de salmón disecado oriundo del Asón-
dijo Luisa Elvira.
-
Exacto- respondió la bióloga, tal vez sepan de un vecino que conserve en su
casa restos de un viejo ejemplar. En la localidad de Pravia, a orillas del río
Narcea, un indiano conservaba en su casa un salmón de doce kilos que pescó en
su juventud y lo tenía adornando la chimenea del salón.
- ¿Y qué ocurrió en el Narcea, no sirvió
aquel salmón para repoblar sus aguas? –preguntó la teniente de alcalde.
- Es largo y complejo de explicar-
señaló Polo Maza- digamos que cometimos un error en el proceso de duplicación
celular al tratar de inmunizar las futuras huevas de la enfermedad ulcerosa que
tanto diezmó a la población de salmones en los años setenta, la tristemente
conocida “ulcerative dermal necrosis”. La respuesta de todo el cultivo orgánico
a la introducción de nuevas proteínas de superficie y antígenos fue
devastadora. Fecundamos embriones pero contagiados por un virus que se adhirió
a las células de sus vías respiratorias y entró en ellas replicándose y
extendiéndose a todo el resto del organismo. Incluso extraímos vasos
sanguíneos, proteínas y células óseas pero el problema es que todo el material
se deterioró muy rápido.
- Pero ese problema no volverá a
ocurrir- dijo la doctora – se ha solventado con plenas garantías gracias al descubrimiento
reciente de compuestos activos que sintetizan en la membrana celular todo
incremento de ácidos endógenos. Ya lo hemos llevado a cabo en Pensilvania.
Perdimos aquel salmón porque dieron orden de eliminar todo rastro de su tejido
orgánico.
-
Fue una decisión realmente desafortunada que paralizó el proyecto de un modo
traumático- manifestó Polo Maza.
- Y el indiano se quedó sin su salmón-
dijo Luisa Elvira.
- Rastreando por aquí y por allá dimos
hará dos meses- señaló la bióloga- con la cabeza de un salmón disecada en las
vitrinas de un museo de Bilbao, pero lamentablemente el pez procedía del río
Nervión, un río que es imposible regenerar hoy en día por la toxicidad de sus
aguas.
Pedro Deza recibió una sacudida que
electrizó su piel al recordar de pronto la cabeza de salmón que el gaucho tenía
en su asador. Aquel trofeo de pesca que adornó en un principio el restaurante
de Chili y que luego éste regaló al argentino. También Luisa Elvira pensó en aquella
famosa cabeza de salmón que pescó el torero Juan Antonio Padilla y muchas ideas
circularon entonces por su cerebro y comenzaron a devanarla los sesos con
vertiginoso regocijo.
La cabeza de Cristóbal iba a
convertirse en la espoleta y el detonante que Ampuero necesitaba para resurgir
de sus cenizas. El pueblo rehabilitaría su prestigio, el crecimiento económico
estaba a ojos vista, muchos puestos de trabajo y nuevas inversiones. Pedro,
como alcalde, se veía gobernando al frente, tutelando por el bien común las
reglamentaciones urbanísticas y las mejoras en infraestructura que fuera
pertinente acometer. Ampuero pasaría a convertirse en un destino turístico
imprescindible para todas las agencias de viaje.
“Se iban a enterar en Santander quien
era Pedro Deza”, a partir de ahora nada de patear pasillos, hacer colas para
ser recibido por un simple consejero al que mendigar una pequeña partida que sufragase los gastos de una traída de
aguas o el arreglo de un camino vecinal. Una vez que coletee un buen número de
salmones en el Asón, y de esto se encargarán los biólogos, porque quien hace un
cesto hace ciento, Ampuero se convertirá en la capital de la pesca, en un
paraíso de peregrinación deportiva, en una cita ineludible las primaveras para
los aficionados a la caña. Y digo… ¿sólo las primaveras? mejor todo el año, que
hagan salmones suficientes para que no sea necesario poner veda”.
Pedro Deza llamó a María Jesús y la
indicó con gestos ostentosos que sacará más vino y más pinchos. Era
importante tener a los biólogos de
nuestra parte, pensó, y que no repitiesen en otras partes el experimento; con
salmones en el Asón bastaba para toda la nación.
Luisa Elvira también divagaba en golosas
quimeras, en adelante ya no iba a tener que desplazarse a gestionar asuntos a
Laredo o a Santander, “que vengan ellos a Ampuero”. “Después de tantos años de obras se
terminaría el ayuntamiento, incluso se restauraría por fin el retablo mayor de
la iglesia. Y el Puente Pequeño, dinamita y otro nuevo. Tantas cosas se la
ocurrían.
A Pedro Deza le vino de repente una
ilusión que incluso para él mismo juzgó un tanto extrema. Y si fuera posible
que también los biólogos pudieran
introducir el salmón en el Vallino. Que buen partido sacaríamos del
Palacio de la Bárcena como refugio de pescadores.
Luisa Elvira, cuando ya estaba pensando
en incrementar el número de encierros, sintió de pronto una inquietud que
ensombreció sus reflexiones porque hacía tiempo, tal vez un año, que no entraba
en “El Rincón del Gaucho”. ¿Seguiría allí Cristóbal? “Ese cazurro de
Viglietti capaz de haberse desecho de la
cabeza del salmón. Aunque no podía caber tal despropósito, al fin y al cabo,
ese pez era un símbolo de nuestro pasado, una reliquia de Ampuero, un bien de
interés histórico y cultural. ¡No, no podía ser bajo ningún concepto!”.
Luisa Elvira no resistió la incertidumbre ni esperó a la nueva tanda de brochetas, se levantó y sin
andarse por las ramas dijo a los presentes:
- ¡“Señores, permítanme que les
comunique que albergo firmes esperanzas de poder ayudarles a encontrar aquí en
Ampuero lo que con tanto ahínco persiguen. Algo más, mucho más que una espina…!
Llevando consigo al viejo Cristóbal
fueron recorriendo varias “estaciones” y en cada una de ellas como si se
tratara de una procesión de Semana Santa fueron captando feligreses. Al final
terminaron en el “Pino Verde” y desde allí organizaron la comitiva funeraria.
Chili descendió hasta el río por la rampla contigua al merendero de “Las Peñas” con Milio y Angelines que ejercían de
monaguillos. El viejo pescador de Udalla se emocionó al depositar a Cristóbal
en el agua y contemplar como la corriente se lo llevaba, sintió algo parecido a
cuando se libera un pájaro de su jaula. El nutrido grupo que se juntó en el
Puente Pequeño aplaudió y rio la pantomima.
- Esto parece “El Pobre de Mí” de “La
Nogalera”- comentó Damián a Toño Garmendia, que retrataba el acontecimiento.
Elisendo Viglietti soñaba con una
pradera sin límite que el viento mecía para un costado y para el otro cuando al
asalto y de modo atropellado entraron en
su local el alcalde, Luisa Elvira; Alfonso, el policía y dos desconocidos.
Todos miraron hacia las estanterías y señalaron con un gesto de estupor el
hueco descolorido en la pared dejado por Cristóbal. De manera avasalladora
rodearon al argentino y le preguntaron por la cabeza del salmón. Pedro Deza
llegó incluso a sujetarlo del cuello de la camisa y le
zarandeó amenazándolo puño en alto.
Elisendo sonreía porque aún sentía en la
cara la caricia del viento de tal inmenso espacio y exclamó ante el
desconcierto de los presentes: “Nunca debí abandonar la Pampa”. FIN
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