viernes, 4 de noviembre de 2016

Lecturas otoñales. El caso de Laurita Piaporo


El Caso de Laurita Piaporo

 El operario encargado de la pala excavadora que iniciaba el derribo de la casa fue el primero en descubrir a la anciana asomada en uno de los desvencijados miradores.

Las obras se detuvieron y se requirió la presencia de la policía municipal y del concejal de urbanismo para averiguar la identidad de la mujer y las razones por las que se encontraba en la vivienda.

     La finca que poseía dos hectáreas de frondoso arbolado en el centro de la ciudad perteneció a una familia que ya nadie recordaba y durante décadas permaneció cerrada y en silencio como un cofre sepulcral cercado por las zarzas.

     El alcalde, como proyecto estrella de su legislatura, contaba con convertir el solar en un gran centro deportivo con piscina cubierta, área comercial y  aparcamiento.

     El concejal salió de la casa tan pálido y tambaleante que necesitó la ayuda del chófer para subir al coche oficial. Un súbito revuelo se extendió al poco tiempo por los despachos del consistorio y causaba vértigo asistir al ir y venir apresurado de los funcionarios solicitando informes de oficina en oficina, pasillo arriba pasillo abajo.

     En las redacciones de los periódicos no cesaba de sonar el teléfono y en la Universidad se suspendieron las clases cuando la identidad de la anciana fue divulgada. La noticia se extendió por todos los rincones de la ciudad, en las calles y en las plazas no se hablaba de otra cosa. Algunos ciudadanos no dieron crédito a la información pero corrieron  a congregarse frente a las verjas de la finca para presenciar en directo cualquier detalle del acontecimiento. Todos ambicionaban aunque fuese de lejos ver a la célebre y divina Laurita Piaporo, de la que tanto oyeron hablar a sus padres y a sus abuelos.

     La policía estableció un cordón de seguridad, ordenó el tráfico y el acceso de los periodistas y autoridades que iban llegando, era evidente que la noticia acaparaba la atención de  los medios informativos de toda la nación. Todos aspiraban conseguir las primeras fotografías, las primeras declaraciones de la soprano más internacional, de la mítica Laurita, de un orgullo patrio, la voz femenina más distinguida y que más honores acaparó en su época.

     El cálculo de su edad resultaba disparatado, ningún reportero se atrevió a dar una cifra concreta, aunque algunos evaluaron que sin duda superaba la centena.  La historia documentaba que en Viena interpretó el papel de Brunilda en presencia de un führer a quien se le resbalaron lágrimas de  emoción; en el Teatro Bolshói fue admirada por el mismo Stalin en el papel de Violeta durante su representación de Vishnevskaya y la joven princesa Isabel en la Royal Opera House la dedicó encendidos elogios e incluso la invitó a tomar el té en el palacio de Buckinghan. Su belleza y su extraordinario talento vocal y actoral cautivaron al público de toda Europa e incluso en una de sus giras más célebres fue condecorada en Filadelfia por el presidente Truman.

Entró en el recinto una ambulancia motorizada y poco tiempo después la comitiva de autoridades encabezada por el alcalde y su esposa, jerarcas religiosos y militares y una variada representación de la sociedad civil de la ciudad.

  Laura Piaporo abarcó todos los registros vocales lo que la permitió interpretar los principales papeles en las óperas más destacadas. Siempre acudía a los teatros y a las galas festivas acompañada de su madre, una vigorosa campesina montañesa de costumbres tradicionales y vigilante como un carabinero. Fue comentado que Juan  Domingo Perón trató de seducirla en los camerinos del Teatro Colón y que salvó su asedio gracias a la oportuna intervención de su progenitora.

 El público aguardó en silencio en el exterior de la finca hasta que salió la ambulancia trasladando a la famosa artista seguida de un convoy de automóviles. Muchos marcharon a sus casas decepcionados porque se rumoreó que Laurita iba a saludar al público desde el balcón.

 La diva después de adquirir el reconocimiento internacional abandonó de manera repentina su carrera artística y la vida pública, recluyéndose con su madre sin querer saber nada de la fama y de cuantos la adoraban.

Dentro de la ambulancia mostró una desazón formidable, se agitaba bruscamente tratando de incorporarse y no dejaba de gesticular airadamente como si quisiera decir algo importante que no lograba expresar. Fue el enfermero que se inclinó hacía su rostro quien comprendió sus palabras quedando petrificado por el espanto.

 A Laura Piaporo no la preocupaba su salud sino el desamparo en el que quedaba su madre en la vieja mansión postrada en una cama del piso superior. ¡No me separéis de ella!- imploró- ¡No me separéis de ella!

                                                                                 Del Libro: "Las angulas del Malvecino".
 
 

 

                                       

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