jueves, 9 de abril de 2020

Jueves Santo


“…El día de Jueves Santo se celebraba en la iglesia un acto religioso en el que todos los años algún célebre predicador –generalmente un fraile- pronunciaba un ardoroso sermón sobre la Pasión, que era acompañado de una representación del Descendimiento plena de teatralidad y seguida por el numeroso auditorio con grandísimo interés. Ese día, por la tarde, había cola para entrar en la iglesia mucho antes de que se abrieran las puertas. En medio del altar mayor, cuyo retablo estaba cubierto por una cortina morada, como todas las imágenes del templo durante la Semana Santa, se colocaba un gran Cristo crucificado; tras el Cristo había dos escaleras de las que solamente se veía el extremo superior, pues el resto lo tapaba el manto morado. Dos sacerdotes – don Rafael; el cura de Cereceda, y don Avelino- subían por las escaleras y se situaban en la parte superior de la cruz, por encima de cada uno de los dos brazos. A medida que transcurría el sermón, el predicador iba pidiendo que fueran quitados los clavos que mantenían al Crucificado pendiente de la cruz y decía:
“Quitadle el clavo de la mano derecha y que descienda ese brazo; quitadle el clavo de la mano izquierda y que descienda ese brazo...” Y así se quitaban los tres clavos y después, con un lienzo que rodeaba su pecho que sostenían don Avelino y don Rafael, se descendía lentamente el cuerpo del Crucificado. Siempre se equivocaba don Avelino. Cuando el predicador decía “¡Quitadle el clavo de la mano derecha!”, si don Avelino estaba sobre el brazo izquierdo, quitaba el clavo del brazo izquierdo; sí estaba sobre el brazo derecho no se movía. Aquello en los predicadores noveles producía un cierto desconcierto, pero no así en aquellos otros que estaban sobre aviso por haber predicado años anteriores en la iglesia de Ampuero y sabían aprovechar el paréntesis para dar mayor dramatismo al acto. Todo ello era muy celebrado y esperado por la multitud de fieles que en aquel día se reunían en la iglesia llenos de fervor y ávidos por contemplar aquella bonita ceremonia del Descendimiento con la consabida equivocación de don Avelino…”

Dionisio García Cortazar. “A la orilla de mis recuerdos”.

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